La acogida al Presidente Santos en la Asamblea General de la ONU fue clamorosa. Al fin y al cabo el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales son la razón de ser de esa organización que se distingue más por las ignoradas guerras que evita que por sus logros en la pacificación del mundo. Ciertamente, para su Secretario General, Ban Ki-Moon, es un hito histórico haber contribuido a cerrar el capítulo latinoamericano de las guerrillas en los últimos días de su mandato. Asimismo, los Jefes de Estado más importantes se han solidarizado con el Presidente Santos y le han ofrecido apoyo económico para las ingentes tareas del posconflicto. En un mundo tan convulsionado y herido por el terrorismo, el Acuerdo Gobierno colombiano-Farc es reconocido y exaltado como ejemplar.
Es contraste, en el país se acrecienta la polarización entre dirigentes de las diferentes banderías y, en lugar de calmar los ánimos, el Acuerdo se ha convertido en casus belli, que preocupa por el nivel de intolerancia a que se ha llegado. Tal ambiente hace recordar al gran estadista israelí Shimon Peres, quien al ser interrogado sobre lo más difícil de los entendimientos con el adversario, respondió: “lo más arduo de la paz es convencer a los amigos”. Por eso, en los pocos días que faltan para el 2 de Octubre/16 hay que echarle agua a las cuerdas para bajar la tensión y facilitar así, a partir de la decisión popular, caminar juntos en moldear una sociedad colombiana menos desigual, más inclusiva y llena de oportunidades para las nuevas generaciones.
Personalmente me hago y hago interrogantes sobre la hasta ahora improbable victoria del No. ¿Qué pasa al día siguiente? ¿Cuánto le costará a la economía colombiana un titular de la prensa mundial “Colombia votó por la guerra”?. Evidentemente se contraería más la ya débil inversión extranjera, muchas empresas cerrarían sus puertas y se irían con sus bártulos a otra parte, los créditos se harían escasos y más onerosos, las calificadoras de riesgo pasarían de la advertencia a quitarnos el grado de inversión, el dólar andaría por las nubes, la inflación desbocada y el desempleo creciente. Seguramente, los economistas presentarían mejor las variables pero estas surgen de las conversaciones del común.
Otro aspecto de la incertidumbre no es menos lacerante: la anarquía de la violencia, en un mundo maldito que ha perfeccionado el terrorismo, ese arte de matar a sus semejantes para asustar a los que quedan vivos. Si predomina el no, a la debilidad del Gobierno se sumaría la debilidad del Secretariado de las Farc, sus disidentes ganarían en audiencia y con ello la desbordada multiplicidad de la violencia se radicaría más en las ciudades que en el campo. La inseguridad sería pan de cada día.
En fin, dejemos atrás las pesadillas y confiemos en el buen juicio del pueblo colombiano y en un porvenir de armonía. Gobernar en democracia se hace cada vez más difícil, el disenso le es propio, pero también el acuerdo sobre lo fundamental. En la búsqueda de la paz todos nos debemos entender. Es la obligación con nuestra patria, con nuestros hijos, con el futuro.