No me interesa reproducir el insulto del presidente Ortega al presidente Petro y a quienes no han reconocido el triunfo fraudulento de Maduro. Mi actitud es la de no responder improperios de semejante bajeza. Es que el ejercicio de una alta dignidad exige unos comportamientos que sean paradigmáticos, es decir, que sirvan de ejemplo a la sociedad porque la convivencia ciudadana esta en buena parte ligada al buen trato y el buen trato es el que se manifiesta en palabras, en críticas y gestos de oposición. Cuando el buen trato desaparece llegamos a una situación en la cual todo se va degradando. Recuerdo como bien pronto, durante el gobierno de Allende en Chile, como algunas de las familias comenzaron a usar en la sala el comedor un vocabulario que jamás se había escuchado. Los conflictos estudiantiles universitarios, también, el vocabulario pronto va rompiendo líneas que se consideraban intocables y así, en general, el trato como comportamiento también experimentaba la degradación.
Tema del manejo del vocabulario la vida política, tanto en el discurso público como en el trato privado, tiene su máxima expresión, quien lo creyera, en la nota diplomática que un gobierno envía a otro para indicarle que a partir de la fecha le ha declarado un estado de guerra. Pero todo se dice en un lenguaje muy protocolario. Las formas se siguen guardando. Hasta el día de un armisticio y ahí todavía las formalidades son aún más notorias. Es lo que llamamos civilización.
En Colombia, ya lo he escrito varias veces, sabemos el alto precio que se paga cuando el vocabulario que se usa entre adversarios es equivalente al que se usa contra los enemigos, sin miramiento alguno. No es difícil encontrar la relación tan directa entre esta pérdida de las buenas maneras y el manejo con altura de la política, o sea un tratamiento que mantiene la dignidad y el respeto que se debe a todas las personas. En un esquema gobierno - partidos de oposición es de la esencia que este clima de mutuo respeto y de alta consideración se mantenga porque es lo que permite que se pueda realizar una oposición vigorosa que no pase a mayores.
Son muchas las palabras que están prohibidas, por ejemplo, en el ambiente parlamentario británico. Un miembro de esa corporación no las puede utilizar sin que sea rechazado por sus colegas. El humor, la ironía no están descartados. Y alimentan inteligentemente la retórica política. Pero que Dios nos proteja cuando esa retórica se rebaja y se vuelve rastrera. Las más difíciles situaciones políticas logran encontrar una salida cuando los contrincantes conocen bien las virtudes del buen trato.
En Estados Unidos hemos venido presenciando una degradación de la retórica política por cuenta del estilo que utilizó Trump en la presidencia y luego cuando resolvió desconocer los resultados electorales y mantener una campaña ya casi de cuatro años para sostener que le robaron las elecciones. Tenemos casi medio país en todos sus niveles (empresarios, congresistas, periodistas) repitiendo una retórica degradada que ha dividido al país, que lo ha polarizado. Por fortuna, los discursos de la Convención demócrata han recuperado la altura del debate político haciendo así una contribución invaluable a la preservación de lo que ha sido una de las mejores tradiciones políticas de la democracia estadounidense, a saber, su buena disposición al compromiso, o sea, a encontrar caminos comunes entre partidos que están en desacuerdo pero que entienden que es necesario identificar puntos de encuentro para promover políticas públicas indispensables y, en general, mejorar el bienestar de los ciudadanos. Eso fue lo que aprendimos sobre el sistema político estadounidense y es lo que con perplejidad hemos venido contemplando que se ha venido deshaciendo para hacer cada vez más difícil la convivencia ciudadana, inclusive en el nivel familiar.
Debemos guardar mucha intolerancia hacia la degradación del debate político. Mantenerlo en el nivel que corresponde fortalece la vida democrática.