Las posibilidades de que pasara la consulta anticorrupción eran muy bajas. Escribo esta columna sin conocer los resultados y mi apuesta (aunque corro el riesgo de equivocarme) es que no se logró el umbral para aprobar los siete puntos de la consulta anticorrupción. ¿Las razones? Principalmente el ambiente previo no era de mucha euforia y entusiasmo, sino en mucha gente de desconfianza. Acá algunas reflexiones de por qué creo que estos mecanismos de participación ciudadana como los referendos, plebiscitos y consultas populares no lograron los resultados “esperados”:
Etiquetas negativas: creo que se ha demostrado hasta la saciedad que calificar negativamente a las personas que votan de una u otra forma es una pésima estrategia política. En lugar de crear consensos colectivos y conscientes de construcción positiva, se produce un rechazo masivo por las iniciativas.
Mentiras: en el plebiscito decir que si se perdía volvíamos a la guerra era una mentira. Decir que con la consulta se van a derrotar a los corruptos también lo es. Hay que empezar por comprender que una cosa eran los acuerdos y otra era la paz, y una cosa la corrupción y otra cosa el corrupto. “Vencer al corrupto”, el eslogan de la propuesta, tenía implícita una metáfora de guerra y no estoy segura de que bajarles el suelto o cambiarles el domicilio de cárcel son las medidas para combatir a los corruptos y a la corrupción. El problema es de mucho más fondo.
Meter miedo: Colombia es un país emocionalmente inestable. Tendemos a tener un estado de ánimo colectivo paranoico. Los políticos se aprovechan de esa lectura que hacen sus estrategas y terminan por inocularnos miedo desde todos los espectros políticos a través de las redes sociales, las cadenas de Whatsapp, la radio, la televisión, Youtube, periódicos y revistas.
Dueños de la verdad: no sé si haya alguien que siempre tenga la verdad, o la razón, pero lo que sí me parece abusivo es que haya un grupo de personas que se terminen juntando en una especie de pandillas que salen en manada a abuchear a segmentos de la sociedad.
La corrupción, de acuerdo con los estudios académicos, es “el uso o abuso del poder para un beneficio privado” (según el estudio “Corrupción en Colombia”, de la Universidad Externado) y ya va siendo hora de que los servidores públicos comprendan que el valor principal en la ética de ese trabajo es beneficiar el interés general. Por esta razón, cuando la percepción es que en las iniciativas populares hay intereses particulares, la gente en general no le camina.
Sociedad perdida: en Colombia se está volviendo costumbre decir en las urnas que queremos vivir en paz, que no queremos corrupción y que no soportamos más las violaciones y asesinatos de niños (aunque en la JEP se pasen por la faja el artículo 44 de la Constitución). Los mecanismos populares para hacer viable la democracia tenemos que aprender a usarlos sin demagogia. ¿Y saben qué? La corrupción se vence con acciones concretas y frenteras, con una justicia que funcione, con castigos coherentes con la gravedad de los hechos y con un plan de educación desde la primera infancia (en el largo plazo). Pero, sobre todo, logrando que haya servidores públicos que comprendan que están allí para favorecer el interés general sobre el particular (en el corto plazo). Por eso, va llegando la hora del relevo generacional en la política y eso tarde o temprano va a ocurrir sin necesidad de gritar, insultar, decir mentiras o burlarse de la gente.