La respuesta del presidente Petro al reto de Vargas Lleras sobre la anunciada Asamblea Constituyente dejo claro que no está pensando en el trámite legislativo exigente que establece la Carta Política. En sus acalorados discursos caribes dijo “será el pueblo reunido por millones el que decidirá…Esta casa será la casa de la constituyente campesina,” afirmó en Los Palmitos-Sucre. También en la Universidad de Córdoba pidió a los estudiantes movilizarse por todo el país para convocar “La Constituyente Estudiantil”. Es que estamos en un proceso constituyente, expresión enigmática repetida enseguida por la Senadora Pizarro. ¿De qué se trata, señor presidente?
El sistema democrático de gobierno se ha ido perfeccionando a través del avance civilizador del hombre libre. Desde la Atenas de Clístenes y Pericles, pasando por la República Romana y la Revolución Francesa, se concretó majestuosamente en la Constitución de Filadelfia. Es que la democracia no ha podido ser sustituida porque defiende y afianza “la libertad del individuo, sin la cual ningún ser humano que se precie encuentra la vida digna de ser vivida”, como afirmó Albert Einstein en el Royal Albert Hall de Londres el 3 de octubre de 1933, cuando ya había sido saqueada, destruida su casa y confiscado sus bienes, por el régimen ominoso de Adolfo Hitler.
Si hago la inquietante pregunta en el párrafo inicial es porque hay un temor generalizado de que se intente alterar desde el gobierno nuestro régimen político. Puede ser hasta exagerada esta aprehensión, pero nace de los pronunciamientos oficiales. Es que el presidente utiliza un vocabulario agresivo, una orgia de palabra impropia de alto rango contra todos los que se aparten de sus estrictas ordenes o disientan de su muy personal concepción del mando. Su mensaje radical con señalamiento de criminales a sus antecesores, expresa un imborrable rencor con el pasado.
La preocupación aumenta cuando el presidente habla en Cali desde el monumento a la Resistencia y exclama: “soy de la primera línea”. Ese mensaje se vuelve amenazante cuando en los últimos días el presidente se olvida del M-19 de la paz y revindica las etapas de esa guerrilla entrenando con Hamas y participando en las luchas árabes como el Frente Polisario, para concluir que el M19 tiene el mismo origen de Hamas. ¡Nada menos! Más allá de que el presidente tenga un sentido trágico de la política y de la vida, sus palabras no pueden tomarse a la ligera. Son un reto sin tapujos para el orden democrático colombiano.
Por cierto, dueño del micrófono se pretende dueño de la historia, que altera a su interés. Por esos sus largas y repetidas intervenciones despiertan solo aplausos sin emoción y adhesiones sin convicción. Comete el más grande error de un líder: no producir esperanzas.
Al contrario, causa decepción que el primer presidente de izquierda se arrepintiera del acuerdo nacional que ahora llama “tiempos de bobería”, porque ese era el camino para realizar las transformaciones y superar la marginalidad en la que viven amplios sectores de la población colombiana. El cambio social requiere estrategias, programas, modelos, proyectos concretos. Exige análisis, rigor, constancia. Toma tiempo, a veces mucho tiempo. Los subsidios son apenas paliativos sin gran futuro y terminan por ser exigidos. No se aceptan como dadivas del gobierno de turno, pues ha crecido la toma de conciencia ciudadana.
Los proyectos de ley de reformas a la salud, a las pensiones y al régimen laboral, contienen todo un virus anti-capital. Son más armas para destruir que para crear una legislación social de avanzada, como se esperaba y se necesita.
Cuando esto escribo, leo que el presidente llama mágico su paso por la región Caribe. Debe ser producto de las obligadas adulaciones oficiales, porque las opiniones no le favorecen. Un avezado periodista sincelejano me respondió a la pregunta sobre la gira del presidente Petro: nos dejó triste, regó mucho odio.
Esa respuesta refleja el desperdicio de un tiempo clave en el horizonte del gobierno Petro. El mismo “proceso constituyente” se ve como una escapatoria de la obligación de gobernar para todos. Cuando lo defina se va a topar con los controles legales que tanto le molestan. Es que el sistema democrático es un juego de controles. Así es como se ha evitado el despotismo, el abuso de poder. Es más, en el decurso histórico mencionado, la democracia representativa es hija predilecta de la democracia participativa, y no al revés.
Por ejemplo, en la arquitectura constitucional colombiana no se contempla la capacidad del mandatario para otorgar potestad constituyente a la reunión que le provoque. En ese contexto tampoco tiene la facultad de reasignar roles. El pueblo, al que tanto alude Petro, tiene un espacio tan transcendental como preciso para tomar decisiones: las elecciones. Elige presidente y vicepresidente de la república, senadores y representantes, diputados concejales y ediles. Y más recientemente alcaldes y gobernadores. El pueblo es el actor principal en nuestra democracia cuando acude a las urnas, no a la calle. En la sociología de la democracia movilizar no es lo mismo que representar.
Finalmente, el reto que lanzó Vargas Lleras no es cosa de poca importancia. El presidente sigue creyendo que tiene el pueblo, pues vamos a medirnos en las elecciones para la Constituyente. Así lo dijo, con su habitual franqueza.
¿Es el enigmático “proceso constituyente” una huida a la luz del sol? Vamos a ver. Petro también es frentero. Y tiene el poder.