El avión aterrizó. Carreteó. Llegó al lugar de su parqueo. Abrió la puerta. Y…todo el mundo sentado. Tranquilos. ¿Dónde? ¿En Suecia? No. Aeropuerto -centro comercial Eldorado. Bogotá, Colombia. Y después, siguiendo instrucciones al pie de la letra, fuimos bajando en pequeños grupos. Sin afán, sin tirarle la maleta en la cabeza a nadie.
Otra escena. Una iglesia. Hora de la comunión (en la mano, es lo ordenado hoy en día). Salen los de la primera banca y comulgan. Después, y porque el padre levanta las cejas para motivarlos, se levantan los de la segunda y sin empujarse se acercan a comulgar. Cada persona a un metro espiritual de la otra. Nadie se cuela (hasta mi mamá, que Dios la tenga en su gloria, se colaba para comulgar) y así en santa paz, sin haberse dado la paz, la ceremonia no pierde orden y armonía. Y temas más complejos se desarrollan en orden: atender los desastres de un huracán, desinundar Bogotá, despejar carreteras con derrumbes. Hay instituciones, protocolos, itinerarios definidos. Hay orden.
Pues, quién lo creyera y fuera yo, a la pandemia y a los embates de la madre naturaleza, les estamos sacando algunas ganancias. Por ejemplo, la de aprender a vivir y obrar con orden. Y todo se hace más fácil y expedito. Incluso más justo, porque se puede atender a todas las personas debidamente. Hoy en día las filas tienen sentido y orden y se hacen con paciencia porque su origen está en la idea de cuidarnos mutuamente. Pienso que gran parte de nuestras demoras en progresar en todo sentido tiene que ver con nuestro desorden multipresente. La cultura del vivo, del maleducado, del avispado. Y de la palanca para no hacer fila nunca. Pero está resultando mucho mejor esta experiencia de hacer las cosas con racionalidad, con urbanidad, sin atropellar a nadie y esperando el turno. Gran descubrimiento: en orden la vida es mejor para todos.
La gente más joven reniega todo el día de la vida actual en Colombia. Pero se nota que no conocieron, por ejemplo, el sistema de buses antiguos de Bogotá, no recorrieron nuestras viejas trochas llamadas incorrectamente carreteras, o talvez correctamente, pues eran más como para carretas. No saben lo que era reclamar la pensión en el seguro social. No fueron nunca al Campin cuando no habían inventado las vallas metálicas. Nunca vieron las viejas plazas de mercado que eran por lo menos un chiquero espantoso. Todo era desordenado y caótico, indigno.
Hoy tenemos algunas cosas en orden, excepto la selección Colombia, y la vida ha mejorado, aunque muchos no quieran creerlo. Si la pandemia y los desastres naturales nos han vuelto más ordenados a la hora de hacer las nuevas cosas, en parte valió la pena este tiempo extraño que nos ha tocado vivir. La Biblia comienza contando cómo Dios fue creando todo, día por día, en orden y armonía. Y el autor sagrado anota al final de cada jornada creadora, que Dios vio que todo era bueno. En orden la vida es mejor, en todos los campos de la existencia. El desorden como ambiente de vida enloquece.