Desplazada de la vida | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Diciembre de 2016

Al terminar la función del martes en el Teatro Colón, Flora Martínez (la maravillosa Frida Libre) dijo con la voz y los ojos llenos de lágrimas, que en medio  del inmenso dolor por el asesinato de Yuliana, nos quedaba como sociedad algo rescatable: el país se había despertado, y una Colombia conmovida, vulnerada y sublevada, rodea la trágica historia de una niña a quien violentamente le arrebataron la infancia y la vida.

Colombia entera -vestida de indignación y tristeza- se quitó la mordaza de la indolencia, repudia los crímenes cometidos contra la niña, y exige justicia. Ojalá nuestra reacción se parezca más a la construcción de una catedral que a la cresta de una ola, y ninguna Tú taina  nos haga olvidar lo que pasó, y el horror que cada hora le pasa a dos niños colombianos.

Mientras Flora hablaba, imaginé dos féretros bajando a la tierra del Cauca: uno, con el cuerpo de Juliana, y otro, donde yacía derrotada por la tragedia, la indiferencia de los colombianos.

Yuliana tenía 7 años, y no conoció al hermano que crece hace  20 semanas en el cuerpo de su mamá. Su familia fue desplazada hace cuatro años por el conflicto armado, y este domingo la niña fue desplazada de la vida, por una repugnante violencia personal.

Es verdad: El crimen de Yuliana parece haber sacado a Colombia del letargo. De ese incomprensible letargo que nos acostumbró a ver desfilar cada día por Medicina Legal, 50 niños víctimas de abuso sexual (Sabe te Chillaren, Noviembre 2016).

Erradicar el maltrato infantil, el abuso físico, emocional y/o sexual, debería ser un imperativo moral para cualquier país medianamente decente.

Hay condicionantes (dije condicionantes, no atenuantes) de ignorancia y miseria, ligados a la génesis del maltrato infantil. Venga de quien venga, la violencia contra los niños es una desgarradora vergüenza, un doloroso  fracaso del mundo adulto. Y la sociedad lo vive con más indignación, si se trata de abuso sexual y muerte, cometidos por alguien privilegiado -por cuna, educación, estrato y profesión-.

Todo se vuelve más ofensivo, más repulsivo e inexplicable. No puede, no debería, volverse un tema de clases sociales; pero se vuelve y se revuelve, porque así es la rabia, así es la tristeza, como cuando se desborda un río.

Colombia tiene todas las razones para estar indignada, y pocos argumentos para confiar en la justicia. Pero tendrá que hacerlo. Hay una niña asesinada, dos familias devastadas, un país enardecido, y un proceso judicial que apenas comienza. No podemos bajar la guardia, pero tampoco vamos a caer en la barbarie de linchar  asesinos. Se qué es mucho pedirle a una sociedad decepcionada de la justicia, pero no tenemos más opción que confiar en que los jueces cumplirán su tarea. Roguemos para que no se equivoquen y nada ni nadie pretenda volver a manipular lo intocable. Que la sentencia sea la que debe ser, y que a nadie se le ocurra darle al victimario pent-house por cárcel, porque sería como darnos cárcel por casa, al resto de los  colombianos.

Y a Yuliana…que Dios le reconstruya la ternura y la cuide mucho, allá en el Cielo de los niños.

ariasgloria@hotmail.com