Los seres humanos en ocasiones solemos tapar eso que nos genera dolor, miedo o ira, aquello de lo cual no se habla, pues eso hemos aprendido familiar o culturalmente. Pero, lo guardado finalmente emerge para ser resuelto, para que sanemos.
Dado que el objetivo fundamental de la vida es tener aprendizajes que nos conduzcan a la evolución del alma, vivimos las experiencias necesarias para que ello ocurra. Cuando lo que sucede nos genera placer lo miramos de frente, lo asumimos en toda su extensión y podemos hablar de ello sin tapujos, recreando en nuestra imaginación esas vivencias llenos de alegría y satisfacción. El relato de esos hechos, que nos hacemos a nosotros mismos o que compartimos con otras personas, suele estar acompañado de sensaciones agradables, de emociones sobre las cuales es políticamente correcto hablar, de eso que se suele llamar positivo, en el afán de etiquetar lo que nos pasa y desde el cual corremos el riesgo de quedarnos con el rótulo pero no con lo profundo que implica. Otra cosa pasa cuando lo que hemos vivido nos desagrada, nos cuestiona, nos pone en jaque. En el terreno de las emociones y del inconsciente aquello que pasó y no se nombra sí existe, aunque pretendamos fingir que no sucedió.
La cultura contribuye a que manejemos así eso que no nos gusta. Una canción de moda y coreada por millones de personas dice: “no me acuerdo, no me acuerdo; y si no me acuerdo no pasó, eso no pasó”. A muchas personas les cuesta mucho trabajo asumir la vida tal y como ha sido; y la de todos los seres humanos, sin excepción, está llena tanto de aciertos como de errores, pues el diseño existencial es de esa manera, una danza permanente en la que se mezclan las luces y las sombras, los claroscuros y las penumbras. Reflexionar sobre los desaciertos, individuales y colectivos en nuestros grupos de referencia, nos permite no solo aprender, sino ser plenamente humanos. Nos falta aprender a humanizarnos, lo cual no solo pasa por reconocer las virtudes, sino también los desfases, las impertinencias, los yerros. Verlos y hablar de ellos, de toda la riqueza que está contenida en eso que aparentemente es negativo.
Creo firmemente que las emociones no son positivas o negativas, muy al contrario de lo planteado por la psicología positiva. Las emociones sencillamente son; si las dejamos ser, estar y pasar, reflexionando y aprendiendo de ellas, iremos soltando las cargas que llevamos a cuestas. Si bien hay heridas que sanan solamente al contacto con el aire, dado que son superficiales, hay otras profundas que requieren un proceso más elaborado: desinfectar, drenar, coser, cicatrizar. Todo ello arde, duele, incomoda, pica. ¡Y por supuesto no nos gusta! Por ello nos puede dar miedo hablar de eso, enfrentarlo o confrontar a otras personas con el ánimo de sanar. No se trata de quedarnos en el pasado, ni de seguir jugando el juego de las víctimas, los perseguidores y los salvadores, así ello sea parte de la vivencia. Se trata de destapar para sanar y avanzar, pues la herida no tratada se infecta. Merecemos sanar, merecemos resolver el pasado para vivir sanamente en presente.