Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Octubre de 2015

HERIDA NO CICATRIZADA

Vidas suspendidas

 

Vidas en suspenso, vidas en vilo, vidas con miedo, así transcurre la vida de quienes tienen un ser querido “desaparecido”.

La herida no cicatrizada de Colombia se reabre con las cajas que guardaron los restos de los desaparecidos del Palacio de Justicia, que solo la verdad puede curar.

El dolor de Sofía Velásquez es el principio del calvario que otros ya recorrieron. Para ella, que creyó haber sepultado a su madre, Marina Isabel Ferrer, hace 30 años, víctima del holocausto, se reinicia el duelo al anunciarse que los restos encontrados corresponden a Cristina del Pilar Guarín. “Es como empezar de cero, no sé dónde buscarla, es volverla a perder, es la falta de verdad, es empezar un nuevo duelo…ni siquiera sabía que la habían exhumado. Necesito encontrarla a ella, para descansar en paz nosotros”. Afirmó, entre lágrimas, en el programa La Noche, en entrevista, con Jefferson Beltrán.

Resuenan en mi mente las palabras pronunciadas por Pastora Mira en la histórica sesión del Senado de la República, el 24 de julio de 2007, primer día de solidaridad del Senado con las víctimas. Ella buscaba sin descanso los restos de “la monita”,  con sus propias manos escarbó la tierra, tratando de hallar lo que quedaba de la hija que una vez tuvo en su vientre: “sus huesos son una joya preciosa con valor indescriptible”, aseguró. Tardó seis años y medio para encontrarla y darle cristiana sepultura. Sólo entonces pudo elaborar su duelo.

Con un desaparecido, no hay evidencia de la vida ni de la muerte. “Mientras no tenga un cuerpo -dice Pastora- existe la esperanza de la vida y la angustia permanente de imaginarla torturada o quizás sin memoria, vagando entre los indigentes”. Sin cuerpo, sin duelo, no hay cómo salir de la negación de la muerte. Es como vivir con el corazón en la  mano. ¿El ser querido tendrá hambre? ¿Dolor? ¿Frío? O ¿es sólo un recuerdo que tortura el alma?

El dolor es el mismo, el daño a la dignidad del ser humano es el mismo, independientemente de quien lo ocasionó.

Nelvis Marina Perales peregrina, desde hace muchos años, con un cartel preguntándoles a las Farc que pasó con su “hijito”, Edwin Perales, a quien se llevaron cuando tenía 14 años. Desde entonces, estancada en el tiempo, no ha tenido un minuto de sosiego. Suplica, implora volverlo a ver: “señores, ustedes me dejaron muy triste, yo vivo esperándolo, a ver si me hacen el favor y me lo devuelven, yo no les tengo rabia, pero, por favor devuélvanmelo”.

O como el caso de Liliana Salamanca a quien le secuestraron a su esposo, Rubén Darío Ramirez, hace casi 13 años y por cuya liberación pagó. Ella y sus tres pequeños hijos, han vivido, en medio de la incertidumbre,  esperando el regreso. Se debaten entre imaginarlo vivo o muerto.

Como ellas, muchos colombianos caminan en busca de la verdad, la única que puede liberarlos del dolor que los viene agobiando durante décadas, para empezar a elaborar su duelo y retomar la vida.

En medio de la confusión  y de la instrumentalización ideológica del dolor, la verdad se empieza a colar en medio de la oscuridad.

Sin verdad no hay paz posible.