DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Octubre de 2012

El síndrome de la chiva ataca de nuevo

 

Esta vez la chiva arremete con embestida doble. Una porque sí y otra porque no, con una carga de prejuicios que se brota cada vez que aparece un tema religioso.   

La velocidad reina en el mundo de la información de tal manera que termina monopolizándolo casi por completo. Y  a medida que esa rapidez aumenta, la chiva le embiste a todo, inclusive a la verdad.

La velocidad no viene sola. La acompaña un sesgo informativo que olvida la objetividad para convertir la noticia en un recurso para imponer la manera de pensar de quien la trasmite. Un viejo dicho popular recordaba que "las cosas son del color del cristal con que se miren". Y esto, llevado a la práctica, convierte la información en un arma de combate de los intereses del informador. Pasa a ser desinformador. Un combatiente que deja de informar sobre las batallas para pelear en uno de los bandos.

Se repite que la primera víctima de una guerra es la verdad. Así es. Pero no solo en las guerras tradicionales o en las de guerrillas, también en las confrontaciones de criterios sobre organización y comportamientos sociales.

Lo vemos entre nosotros, con lamentable frecuencia que obliga a revisar cada caso para apreciarlo en sus proporciones reales, antes de tomar partido y, sobre todo, antes de condenar. De lo contrario desaparecerá una de las bases de convivencia, principio fundamental de la justicia: la presunción de inocencia.

Las acusaciones de pederastia contra un párroco de Bosa son un ejemplo elocuente. Al igual que en casos anteriores, las declaraciones del estudiante que dijo haber sido víctima de abusos sexuales por parte del sacerdote, despertaron la indignación general. La memoria de otros delitos semejantes,  ocurridos en lugares distintos pero acomodados en un solo paquete  que suscita el repudio público, pesa como antecedente para hacer verosímil el nuevo crimen y extender un manto de sospecha que desacredita a los sacerdotes. ¡Otro más!, es la reacción  instantánea.   

A las pocas horas resulta que las cosas son menos simples, el joven acusador se retracta y de viva voz declara que no es cierto lo que dijo, que una de sus profesoras lo indujo a sindicar al sacerdote y que él cándidamente se metió en semejante embrollo, sin medir las consecuencias.

Entre tanto el sacerdote fue a parar a la cárcel, cubierto de ignominia, y solo atina a decir "Dios me dará la razón".

Sería interesante ver cómo repercute la noticia en el exterior. Es un  pretexto suculento para el empeño de atacar cuanto tenga que ver con religión, especialmente con la Católica, contra la cual se utilizan los errores humanos como arma para desvirtuar cuanto tiene que ver con Dios. ¿Si llegó la noticia llegará la rectificación? De todas maneras está hecho el daño. Como en el símil atribuido a un célebre confesor, desplumada la gallina es imposible volverle a colocar cada pluma en su sitio.

Por lo pronto, el sacerdote durmió en la cárcel en una plancha de cemento y, mientras espera que Dios le dé la razón, ya lleva confesados a más de setenta detenidos.

En la nota periodística que cuenta la retractación del joven acusador, aparece la fotografía del sacerdote inculpado detrás de unas rejas. ¡Lo volvieron a condenar, esta vez por foto!