DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 13 de Octubre de 2011

¿Perdón por decreto?
El  perdón es un punto de llegada. El perdón no es un punto de partida.
Con la reciente aprobación de la Ley de Víctimas y sin que ésta se haya empezado a aplicar, sin que las víctimas se hayan enterado aún de sus bondades, sin conocer la verdad, ni hacer memoria, sin que la sociedad haya asumido su parte de corresponsabilidad en su reintegración, sin que se empiece a pagar la deuda histórica que tenemos con ellas, ya las están presionando con un proceso de paz que viene en camino y donde ellas tienen el “deber de perdonar”.
Exigirles a las víctimas perdón por decreto, es revictimizarlas. Es el colmo. La historia se repite. Son culpables cuando les asesinan a un ser querido. Son culpables cuando se les señala con el “algo hizo”, “algo debía”, por “algo sería”, son culpables cuando hacen sus duelos en privado. Y ahora resulta, que son culpables preventivamente si no perdonan a sus victimarios, ante la inminencia de un proceso de paz. ¿Perdonar a quién? Si la inmensa mayoría no conoce el nombre de los asesinos. Perdonar ¿Por qué? Si a ellas, las víctimas, nadie les ha pedido perdón.
No se trata de no perdonarnos, ni de ponerle trabas a la reconciliación. ¿Quién no quiere vivir en un país en paz? Pero para conseguirla no se puede pasar a las carreras por encima de la dignidad de miles de seres humanos victimizados. Como dice la Biblia: Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Hay un tiempo de nacer y un tiempo de morir, un tiempo de destruir y un tiempo de edificar...
Es tiempo de reincorporar a las víctimas, reconocerlas, abrazarlas como sociedad, permitirles hacer sus duelos, reencontrarnos en sus memorias, es tiempo de que nosotros también les pidamos perdón por el olvido, por el abandono, por todas a veces que pasamos de largo frente a su sufrimiento.
Y ahora que se empieza a hablar tímidamente de un proceso de paz es bueno recordar que los negociadores de paz de los últimos gobiernos del siglo XX se sentaron en mesas de diálogo cojas, de tres patas: estaban representados el Gobierno, los victimarios y la autodenominada sociedad civil. Allí repartían perdones, arrogándose una exclusiva legitimidad para otorgarlos, que las víctimas no les habían dado.
Los únicos legitimados para perdonar son las víctimas y la realidad política nos dice que las víctimas de hoy no son pasivas, no son sumisas, empiezan a conocer sus derechos, y la historia no se va a repetir. Ni la sociedad, ni el Gobierno podrán otorgar perdones a diestra y siniestra sin contar con las víctimas. No habrá un proceso de paz moralmente defendible sin las víctimas y sin su perdón.
Juan Pablo Letelier, vicepresidente del Senado chileno, y cuyo padre Orlando Letelier fue asesinado en 1976, dijo recientemente: “Yo tengo una formación católica. A mí me enseñaron que para que haya perdón primero tiene que haber arrepentimiento, confesión y penitencia. A mí nadie me ha pedido perdón. Y si el que causó el daño no pide perdón, no hay posibilidad de reconciliarse, porque la otra persona que no pidió perdón volvería a hacer lo mismo si tuviera oportunidad”.
El proceso de sanación de las víctimas y de Colombia entera debe culminar en el perdón, pero presionar a las víctimas para precipitarlo es condenarlo al fracaso.