DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Enero de 2013

El daño que causó Interbolsa

 

El  mayor daño causado por el caso Interbolsa que estamos viviendo lo sufre el país. No los accionistas, ni los inversionistas, ni los depositantes, ni los directivos de las firmas involucradas, ni sus empleados, ni los especuladores que acudieron en busca de ganancias rápidas, ni  los que resulten lesionados de refilón por las operaciones arriesgadas. Todos ellos  padecerán las consecuencias, pero el máximo damnificado es nuestro país, es decir, la gente de nuestro país que recibió un golpe brutal en su confianza y un desestímulo muy grave para ahorrar.

Con independencia del resultado de los procesos de liquidación, de las investigaciones, de los castigos o exoneraciones que sobrevengan y de las medidas que se adopten para el futuro, ese perjuicio ya se causó. Solo queda reconocerlo, impedir la extensión de sus efectos y repararlo cuanto antes.

En una de sus primeras lecciones de economía, Perogrullo enseña que la formación de capital es fundamental para que una persona o todo un sistema económico puedan realizar las inversiones necesarias para progresar. Sin ahorro no hay inversión y sin invertir no se progresa.

En economías como la nuestra, el ahorro se desanima cuando, por la escasa capacidad individual de hacerlo, no encuentra  dónde ni cómo colocar los pocos pesos que las personas logran reunir sacrificando consumos. No alcanzan para establecerse por cuenta propia y, además, no a todo el mundo se le ocurren a diario negocios rentables. Los depósitos y los papeles de renta fija  producen unos rendimientos minúsculos, pues todo vale, menos el dinero de los ahorradores. Guardarlos debajo del colchón tampoco produce nada distinto de moho. Entonces  ¿para qué ahorrar?

De ahí la importancia de abrir canales para que los capitales se asocien, las empresas encuentren un mercado amplio para conseguir recursos, los ahorradores se conviertan en dueños de las grandes compañías y quienes ya son propietarios  aumenten su participación, según se decidan a salvar unos pesos del consumo cotidiano e ir formando su capital.

Para emprender ese camino solo se requiere voluntad, un mercado de capitales transparente y, por supuesto, tener confianza en él. Mucha confianza. Por eso, cuando aparecen cuestionamientos que la debilitan, el daño no se limita al mundo que gira alrededor de las bolsas de valores. Ataca el corazón mismo del sistema y desinfla los más elocuentes discursos sobre las bondades del ahorro.

Ese es el gran mal y sus secuelas van más allá de lo estrictamente económico, pues reduce las posibilidades de agregarle a un sistema electoral democrático la democratización de la propiedad, que convertiría a los ciudadanos que ya son electores en copropietarios de las empresas. Entonces no votarán solo para elegir funcionarios o responder referendos, sino también en las  asambleas de  accionistas  de   las empresas privadas.

Hay que iniciar ya mismo la reconstrucción de la confianza, para que los colombianos no tengan que sacrificarse, ahorrando un dinero con el cual no hallarán qué hacer después. Porque si el mal prospera, le agregará a la desconfianza en el mundo político la falta de confianza en el mundo económico.