Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 29 de Mayo de 2015

CORRUPCIÓN EN LA FIFA

Fuera de lugar

La  moral visitó a la FIFA y encontró a buena parte de sus dirigentes  fuera de lugar.

Por pensar con el deseo idealizamos el deporte y rodeamos su práctica y sus enseñanzas de un aura de veneración casi mística. Después la extendimos a sus actores, ídolos modernos de las grandes masas que siguen sus vidas, aprenden de memoria sus hazañas y, quiéranlo o no, son   modelos imitados por gente de todas las edades en todos los lugares del mundo.

Los  dirigentes jamás gozaron de una admiración semejante, pero algo en el subconsciente colectivo daba por sentado que su comportamiento estaba a la altura de las actividades  regidas por ellos. Los reflectores enfocados en los deportistas mantuvieron a los directivos en una discreta penumbra.

Los triunfos y la superación permanente de las marcas tienen un efecto deslumbrante que opaca lo demás. Cada          historia de superación personal de un atleta y cada  centésima de segundo que se recorta a un récord mundial, le enseñan a miles de millones de personas que la vida  es una permanente competencia de superación.

Siempre ha sido así, como lo recuerdan las historias de la olimpiadas griegas, donde, salvo por la ausencia de televisión, radio y prensa, la celebración de las victorias en el pancracio o en el lanzamiento del disco no se diferenciaban en nada de la de un campeonato mundial en nuestros tiempos.

Por eso, lo que se está descubriendo en el interior de la FIFA no tiene perdón de los miles de millones de habitantes del planeta, aficionados al fútbol o no, que ven en el deporte una escuela de vida.

La presencia indeseable de los apostadores, la comercialización extrema, el aprovechamiento político descarado por parte de algunos regímenes, los escándalos por el uso de estimulantes, las competencias arregladas, todos esas trampas que ocasionalmente salían a la luz se miraron siempre como defectos inherentes a las actividades  humanas. El repudio general e instantáneo, las sanciones y correctivos inmediatos y el rechazo unánime ejercieron un efecto sanador. Eran pruebas de las cuales el deporte salía fortalecido.

El descubrimiento de la red de corrupción interna en la FIFA excede, por mucho, las dificultades anteriores y ejerce un efecto desmoralizante de proporciones muchísimo más amplias y profundas. El fútbol resulta una víctima más de los delitos cometidos, fuera de las canchas, por quienes aprovechan el esfuerzo de los miles de millones de aficionados, sin recibir hasta el momento ni una patada en la espinilla ni un codazo cuando saltan a cabecear.

Indudablemente los negocios que florecen a su lado saldrán lesionados. La construcción de estadios, la publicidad, los suministros, la fabricación y venta de implementos, el turismo, todo aquello que se mueve alrededor de las competencias sentirá el golpe. Ojalá que un manejo firme y cuidadoso impida que esos nidos de corrupción contaminen el deporte, y que las investigaciones que prosiguen y los castigos que se avecinan sean los remedios efectivos para sanear la situación y extender  el juego limpio de los escenarios deportivos a las oficinas de unos delincuentes que se disfrazan de directivos.

Porque, como sucede muchas veces en la sociedad, en estos campos también los dirigidos están resultando superiores a sus dirigentes.