Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Septiembre de 2015

HACERSE RESPETAR

¡Al fin!

Los  colombianos que seguían por televisión el discurso del presidente Santos,  el miércoles pasado, abrieron los ojos, respiraron hondo, sonrieron y exclamaron “¡ Por fin!” cuando el primer mandatario comenzó a ponerle los puntos sobre las íes a Nicolás Maduro con la sentencia “la revolución bolivariana se está autodestruyendo”.

Desde el primer momento de la crisis fronteriza que vivimos, llovieron sobre nuestro país toda suerte de improperios. Precisamente su cantidad y la violencia de los ataques, la desfiguración abierta de los hechos y la injusticia de las acusaciones demostraron que los verdaderos propósitos de esas andanadas eran muy distintos de los que pretendían mostrar en público. Las razones alegadas no eran tales, sino simples pretextos para desviar la atención del pueblo venezolano de su crisis, precipitada por el manejo equivocado de la economía y un intento de implantar, contra la voluntad mayoritaria del país, algo llamado socialismo del siglo veintiuno.

La historia enseña que, en esos casos, el mejor distractor es el fantasma de un enemigo, preferiblemente externo, al cual culpar de todos los males. Y lo mismo piensan las agencias de publicidad que asesoran a los mandatarios desacreditados cuando pretenden acaparar el poder contra una opinión pública desfavorable. Los gobernantes del otro lado de la frontera parece están aplicando un manual rudimentario sobre este tema.

La respuesta en estos casos tiene que ser firme y de frente. No violenta pero sí con la firmeza necesaria para que no queden dudas sobe la decisión colombiana de hacerse respetar internacionalmente, por encima de cualquier diferencia doméstica. De lo contrario, la otra parte confunde prudencia con debilidad, se envalentona y escala la confrontación, como lo estamos viendo.

Y la claridad es necesaria para que no haya dudas sobre la decisión de defender lo nuestro.

Las declaraciones timoratas, tardías y siempre reactivas, son una triste manera de representar el papel secundario en este juego de intimidaciones.

En esta coyuntura quedamos siempre a la defensiva. Nos derrotaron en la OEA; íbamos derecho para un descalabro en Unasur; cuando tratamos de visitar al Secretario General de las Naciones Unidas, Maduro salía de entrevistarse con él; mientras les ofrecían un café a los cancilleres de Brasil y Argentina, que vinieron a visitarnos después de eludir             la  oportunidad de respaldarnos en la OEA, Maduro  asistía a un desfile militar en China, y cuando se pensaba en un encuentro personal de los presidentes, Maduro cerró otro sector de la frontera.

La acumulación de improperios y abusos explica la reacción popular ante la alocución presidencial, que comienza a                                                                      recordar quiénes son los culpables de la crisis venezolana. No la causamos y no estamos dispuestos a cargar culpas ajenas.

Por lo pronto, la estrategia de Maduro produjo un resultado inesperado. Logró congregar a la opinión colombiana alrededor de la defensa de la dignidad, los derechos del país y de su gente. A los maquiavelos tropicales se les olvidó que las exageraciones tienen consecuencias sorpresivas. En este caso, hasta salvaron a nuestra Canciller de un voto de censura en el Congreso.