DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Marzo de 2012

Otra vez las regalías

Parece increíble pero hay municipios cuya participación por concepto de regalías no alcanza a completar el valor de una moneda de quinientos pesos.
Seguimos de malas con las regalías. Su distribución vuelve a preocupar al país y demuestra una especie de incapacidad para manejar los recursos, como si se repitiera en grande lo que ocurre en pequeño, cuando los pobres resultan convertidos de la noche a la mañana en nuevos ricos.
La explotación de los recursos naturales debe beneficiar a la comunidad, como repiten cuantos Perogrullo se ocupan en el tema de repartir los producidos. Pero, en la práctica, esto ocurre en muy pocas ocasiones. La pésima utilización de esos fondos puso a los primeros favorecidos a gastar como los Beverly Ricos, con la diferencia de que alrededor de éstos no merodeaban unos hábiles saqueadores de los dineros públicos.
El balance de los beneficios recibidos por la comunidad es bien triste y los casos de despilfarro ya entraron a la antología de inversiones absurdas. La opinión tardó en darse cuenta de la magnitud del desastre y las comunidades directamente afectadas o mostraron una lamentable indolencia o protestaron sin que nadie las escuchara, mientras los abusos alcanzaban niveles indignantes.
La reacción nacional demoró inexplicablemente pero, cuando llegó, pensamos que traía la solución definitiva. Y así parecía hasta que los remedios pasaron de la teoría a la realidad. Antes se hablaba de canales de distribución mal diseñados, que concentraban los recursos en autoridades y organismos con baja capacidad de administración y alta habilidad de sustracción. Ahora, la red de asignación de fondos parecía garantizar mejor su buen uso.
Sin embargo, los primeros repartos hacen temer que al legislador se le fue la mano hacia el otro extremo. Una apreciable cantidad de destinatarios reciben participaciones que resultan insignificantes, aun para los que tienen bajos presupuestos ordinarios. Las sumas que deben recibir son ínfimas, al punto de no justificar ninguna inversión, así sea de importancia menor. Son fondos mínimos que, cualquiera que sea el camino, se irán a gastos de funcionamiento, y eso si acaso registran en algún renglón presupuestal.
Por ejemplo ¿qué puede hacer un municipio como Pitalito con sus 279.608 pesos? ¿O El Agrado con 47.257? Y eso que les va mejor que a Tocancipá con sus 631 y que a Morales con 443 pesos.
Considerados individualmente los dineros recibidos carecen de importancia, habría que sumar lo correspondiente a muchos beneficiarios para alcanzar unos montos que financien inversiones importantes. Así que cuanto antes se reagrupen esas partidas menores, tanto mejor.
¿Qué falló? Es evidente que los sistemas de distribución no son perfectos. Pero también lo es que las regalías, no pueden atomizarse sin oficio.
En la reglamentación anterior, más que la concentración el problema era la mala fe. Los ejemplos de estos días muestran que, en el esquema nuevo, la atomización puede conducir a nuevas formas de desperdicio, por lo cual es preciso rediseñar las fórmulas de distribución, cuidando siempre que los fondos no se conviertan en una mina abierta para los saqueadores del presupuesto.
¿Será mucho pedir?