Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Mayo de 2016

Un nuevo “ojalá”

 

COMO en todas las tareas que se emprenden en esta vida,  las buenas intenciones son necesarias pero no bastan si no se acompañan de buenas ejecuciones. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Vale la pena recordarlo cuando comienza otro “proceso de paz” con el Ejército de Liberación  Nacional.

 

Otro porque ya van varios intentos que no prosperaron y otro, también, porque estamos en medio de las dificultades para desatascar el emprendido hace tres años con las Farc. Y como siempre ocurre al comienzo de las conversaciones, el país le pone buena voluntad y aún los más escépticos y los escamados por los fracasos anteriores piensan: “Ojalá en esta ocasión resulte”.

 

Para comenzar, hay que contar con un factor positivo: las lecciones  de las experiencias anteriores. Aun los fracasos dejan alguna enseñanza: muestran lo que no se debe hacer. Los caminos que llevan al acuerdo están llenos de avisos  que, como en las carreteras de montaña,  recuerdan los accidentes ocurridos en cada despeñadero.

 

¿Hay sincero propósito de encontrar la paz?  ¿O se trata de prolongar la lucha, aprovechando el escenario de unas reuniones que el Gobierno cree sacar adelante haciendo concesiones, y la guerrilla mira como la oportunidad de apretar las exigencias y ganar en los diálogos lo que no consigue desde el monte?.

 

 

Si existe la voluntad de paz debe haber  unos signos visibles y creíbles que la demuestren. Por lo pronto, ni los inspiradores de la lucha armada piensan que  esta sigue siendo el camino. Hasta Fidel Castro reconoce, y lo repite sin reticencias, que esos tiempos pasaron. Y el fracaso de Cuba  muestra como pagan de caro los pueblos amarrados a una eterna revolución  que desemboca en los desastrosos resultados del castrismo. Afortunadamente no tuvo éxito el intento de convertir la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra de Suramérica.

 

¿Dónde están esos signos visibles? El Gobierno exige que el ELN libere  todos los secuestrados antes de  iniciar la etapa pública de las conversaciones. Sería un mensaje claro y alentador. Indispensable en las circunstancias actuales.

Se dirá que a las Farc no les exigieron lo mismo. Pero los negociadores de La Habana aún están a tiempo de hacerlo. Es un buen paso para  que el país vea con claridad que estamos frente a unas conversaciones  para buscar la paz, y no ante una cadena de concesiones unilaterales para lograr  un apaciguamiento.

 

Y como, al  hablar del tema con relación al ELN, se menciona  como requisito  para iniciar la etapa pública de las conversaciones, es bueno aclararle a la opinión pública si hay conversaciones secretas, en las cuales se adquieren compromisos secretos. Porque después, cuando se divulguen, vienen la reacción  colectiva y la pérdida de credibilidad. Lo que les está sucediendo  a los acuerdos de La Habana demuestra que la transparencia es mucho mejor que las filtraciones. Si cuarenta y seis millones de colombianos  responderán por lo que se convenga, los mismos cuarenta y seis millones desean saber qué obligaciones se pactan a su nombre.