Sin víctimas no sería legítimo
Hoy es impensable un proceso de diálogo con las Farc sin las víctimas en la mesa de negociación.
Y no se trata, como creen algunos, de un actor más en una larga lista de aspirantes a formar parte de un eventual proceso de paz. Serían interlocutores de primer nivel, de pleno derecho. Los más débiles en la cadena del horror, los que sufrieron en carne propia la pérdida de su dignidad y de sus seres queridos, los que padecieron las laceraciones físicas y sicológicas de la ignominia del terror, no son actores secundarios. Son los más legitimados para otorgar perdones.
Porque no podemos hacer pactos superficiales de paz para representar un espectáculo mediático y político, nacional e internacional, que perpetúe los dolores. Si vamos a hacer la paz, que sea en serio, sanando las heridas que han devastado a Colombia durante décadas, haciendo nuestros duelos colectivos para que los victimarios dejen conocer su arrepentimiento y sus víctimas los perdonen. Que no nos suceda como a Juan Pablo Letelier, el hijo del asesinado excanciller chileno, quien asegura “a mí por qué me exigen perdonar, si hasta hoy nadie me ha pedido perdón”.
No más mesas cojas, de tres patas. Si una de las condiciones del diálogo es no cometer los errores del pasado, las víctimas tienen que ser la cuarta pata. En ocasiones anteriores se sentaban a la mesa Gobierno, victimarios y sociedad civil a otorgar indultos y amnistías, desconociendo a las víctimas. Por esta razón subsisten hoy las heridas abiertas de casos como el del Palacio de Justicia, donde el M-19 jamás pidió perdón.
Los tiempos han cambiado y ya no se puede gobernar sin contar con las bases. Cuatro millones y medio de víctimas, reconocidas por este Gobierno, no permanecerán pasivas. Estamos en el tiempo de las víctimas y les generamos sobre-expectativas con una Ley especial, cuya implementación ha sido más compleja de lo calculado. La Ley aún está en el papel.
La estructura institucional indispensable para aplicar una norma tan novedosa tuvo que comenzar de cero, y en ella viene trabajando con dedicación la Unidad encargada de crear y ensamblar prácticamente todos sus componentes, pues no bastan las buenas intenciones para gobernar. Las víctimas aún no conocen la Ley, ni sus derechos, ni el acceso a los mecanismos de participación, ni están organizadas, y empiezan a sentir que no son tenidas en cuenta. En este clima, cuando las víctimas aún no han sido reinsertadas a la sociedad, nos anuncian que llegó la hora de reinsertar victimarios…
Debemos abrirle un espacio de confianza a nuestro gobernante y contribuir a generar un clima de fe y esperanza, pero sobre bases democráticas equitativas.
Las víctimas como Gestoras de Paz -propuesta de la Fundación Víctimas Visibles presentada hace más de un año al presidente Santos- serían los artífices de una transformación de corazones endurecidos por la guerra a corazones desarmados, listos para una paz incluyente.
Necesitamos Víctimas Gestoras de Paz para ser las pedagogas de la Ley, para convertirse en veedoras de su cumplimiento, para ser interlocutoras de primer nivel en procesos de paz y para ser las constructoras de su propia memoria.
Las víctimas han logrado purificar su dolor y, como alquimistas, convertirlo en liderazgo para evitar que su tragedia se repita en otros. Serían como ángeles de la guarda de estas conversaciones. Son soldados de paz en los cuales debemos confiar.