Ya comenzamos a desear a nuestros familiares, amigos y benévolos lectores, una “Feliz Navidad”, que, para que lo sea de verdad, ha de iniciarse con un “diciembre en alegría”. Me cae supremamente bien una letra del alfabeto, la “A”, porque con ella se inician dos preciosa vivencias que hacen maravillosa la vida humana: “Amor” y “Alegría”. Ellas, al complementarse en nuestro existir, lo hacen extraordinariamente placentera.
“Amor”, es definición del mismo Dios (I Jn. 4,8), quien se ha desbordado en amor al sacarnos de la nada a la dignidad humana, y a venir a redimirnos haciéndose nuestro hermano, naciendo en un pesebre y dando por nosotros toda su sangre redentora en el Calvario. Ese “Amor”, comunicado al ser humano, lo lleva a esa otra gran vivencia, la “Alegría”, pues suaviza las penas y las mismas fatigas del trabajo, y le da a la vida una dulzura indecible, ya que, como dijo el Doctor de Hipona: “En donde se ama no se siente el trabajo, y si se trabaja se siente alegría y amor al mismo trabajo”.
Como efecto de ese amor de Dios, acogido en nuestras vidas, viene la paz y la alegría, pues se logra la exaltación de nuestro vivir a la preciosa realidad de maravillosa unidad con el Niño del pesebre y el Martír del Calvario (Gal. 3,17). Con gozo indecible asumimos en nuestro vivir esta maravillosa realidad de la vida de Dios en nosotros. Amor y Alegría es cuanto experimentamos al poder decir como S. Pablo: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi” (Gal. 2,20).
Por doquier se percibe en el mundo ambiente navideño, con deseos de bien con ocasión de este hecho el más grande que se ha tenido en la tierra. Unos piensan en fiestas de jolgorio, baile, comilona, otros en regalo que esperan del “Niño Dios”, con solicitud bien concreta que le han hecho, otros un viaje turístico con diversos deleites. Pero a otros nada de eso nos llena sino el ir con fervor a llevarle al Niño Jesús, con el corazón en la mano, lo más caro y tierno que tengamos, así sea el “run, run” de nuestro corazón. Así, por fugaz y pobre que sea el ambiente de nuestro humilde homenaje al Niño, nos invade gozo indecible, mayor que en
Al Niño bien podemos pedirle algunos dones, pero, ojalá, los que sí perduren y lo hacen sonreír, como el incremento en la fe y en vida espiritual, con ofrecimiento de una vida como Él lo ha indicado. Aquí está el secreto de una Navidad que sí dé verdadera felicidad, precedida de un diciembre colmado de alegría en ese ambiente de fe que sí llena el corazón, e impulsa a dicha sin fin en la eternidad. Es que bien se ha dicho “sin Niño Dios no hay Navidad”, a lo que podemos agregar: “sin vida según las normas de Dios solo se tendrá superficial celebración y no verdadera feliz navidad”.
“¿Quieres ser feliz Navidad?”, nos dice la Virgen María, S. José, los Pastorcillos de Belén y los Sabios del Oriente: “Hagan lo que pregonó el Niño desde el pesebre, virtud y no vicios, vivir según el orden que Dios ha indicado y no según su propio antojo” (Jn. 2, 1-10). Dijo Jesús, ya convertido en Maestro: “Él que me ama guarda mis mandamientos, y a Él vendremos y haremos en él nuestra morada” (Jn. 14,21- 22). Oigamos estas voces y tendremos, de verdad una “Feliz Navidad”.
*Obispo Emérito de Garzón
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