Cada árbol tiene su propia forma: los chicalás crecen entorchándose, dando vueltas sobre su propio eje, creando formas sinuosas que a la vista del ojo cuadriculado podrían ser torcidas. Las araucarias buscan derechas la luz del sol y se van desplegando a manera de sombrillas simétricas. Los guaduales desarrollan la cualidad de ser fuertes y flexibles al mismo tiempo: danzan con el viento y sus hojas juegan con el suelo. Los sietecueros dan sus bellas flores moradas, mientras que las buganvilias ofrecen flores de variados colores. La diversidad está presente en cada espacio de la Tierra y trasciende las barreras fronterizas, esas que creamos los seres humanos, tanto físicas como mentales. El mundo es tan diverso que seguimos descubriendo nuevas especies animales y vegetales; sabemos que en las profundidades de los océanos hay muchas más que aún no conocemos y que posiblemente no lleguemos a identificar. La riqueza de este planeta está en esa diversidad, que estamos acabando desde una ambición voraz que no respeta procesos vitales ni sistemas complejos.
Los seres humanos también somos diversos. Sin embargo, desde el pensamiento de la modernidad -en el cual ya llevamos cinco siglos- el derecho que tenemos los seres humanos a ser diferentes los unos de los otros se ha negado sistemáticamente. Ha predominado una forma particular de ser humano, dada por unas características de etnia, sexo y género que no son las únicas pero que se han impuesto sobre otras, literalmente a sangre fuego. Lo aceptado es ser blanco, hombre y heterosexual. Ese pensamiento se ha perpetuado desde visiones sesgadas de ciencia y desde construcciones culturales que dan origen a religiones y partidos políticos. Las mujeres siguen devengando hasta un treinta por ciento menos que los hombres en cargos similares que requieren un mismo nivel de habilidades y conocimientos, en un claro ejercicio de discriminación. Etnias diferentes a la blanca, como las africanas y afrodescendientes, las ancestrales americanas o las orientales se siguen considerando de segunda clase en muchos ámbitos. Tener orientaciones sexuales y del deseo homosexuales, bisexuales, pansexuales o ser hombre o mujer transexual o transgénero aún se estigmatiza. Se estigmatiza a las lesbianas, en su doble condición de mujeres y homosexuales. Y se estigmatiza a quienes no se identifican con ninguna de las clasificaciones anteriores.
Necesitamos reconocer la diversidad, el derecho que tenemos los seres humanos a ser como somos, lo cual no necesariamente ha sido una opción o elección, sino simplemente el reconocimiento de ser diferentes a lo que impone la hetero-normatividad. Pero mientras sigamos viciados desde religiones y visiones de la ciencia que se basan en el pensamiento patriarcal, que se autodenominan las únicas verdaderas y posibles, seguiremos negando el derecho que el otro tiene a ser como es. Ni las familias ni la humanidad se van a acabar por aceptar lo diverso, como afirman obtusamente quienes reproducen el patriarcado, sin siquiera tener consciencia de ello. Por lo contrario, la humanidad que somos se enriquece cuando permitimos que el otro y la otra sean como son.