España se está convirtiendo en el reino del despropósito y la confusión. Ahí es nada el último episodio, el de Santiago Abascal sugiriendo que Pedro Sánchez es filo golpista porque es "amigo de Pedro Castillo", el depuesto presidente peruano. Ahí queda eso. Pero aprovecho esta demasía porque estoy tentado de aplicar a mi país la pregunta clave en la magnífica novela de Vargas Llosa 'Conversación en La Catedral': "¿Dónde se jodió el Perú?". Me pregunto dónde se jodió España: ¿en este debate incipiente, que llevará, sospecho, a nada, de la malversación?¿Con lo de la sedición, los indultos a los del 'procés', las, ejem, inveracidades de Marlaska, la altanería presidencial? ¿O esto no se ha jodido aún, aunque pueda hacerlo?
Yo figuro más bien entre los que adoptan la última afirmación. Esto tiene arreglo, aunque hay que reconocer que la confusión reinante, suscitada, claro, por la falta de transparencia y la marrullería de una clase política, que nunca se pone la verdad por montera, mantiene en vilo el conflicto permanente de las dos Españas. Que no desperdician, como lo decía el Bismarck hoy modelo de los neonazis golpistas alemanes, la ocasión de intentar destruirse sacudiéndose a garrotazos.
El intento de modificar el Código Penal también en lo referente a la malversación, que es el mal uso de los caudales públicos por parte de un funcionario, se está convirtiendo en el más reciente pretexto para ese duelo goyesco. La expectación sobre cómo pueda el presidente Sánchez resolver, a instancia y presión clarísima de Esquerra Republicana de Catalunya, el 'abaratamiento' de un delito tan ligado a la corrupción, tiene en vilo a toda la clase política y mediática.
Aunque presumiblemente al ciudadano medio, que no entiende nada, y parece lógico que así sea con el galimatías que sus representes están montando, le traiga al pairo esta nueva cesión a las exigencias de los independentistas 'moderados' catalanes. Y es que el 'tema catalán', de tan enquistado, ha dejado de interesar en las calles del resto de España, aunque siga siendo el problema político número uno para el país entero.
No creo que Pedro Sánchez, que ya se prepara para sumergirse en las aguas de una larga y presumiblemente durísima precampaña electoral, se pueda permitir el lujo de que le acusen, con mayor o menor razón, de que ablanda las penas para los políticos corruptos, se hayan o no lucrado personalmente con sus acciones ilegales. Lo importante es lo que le llega al público, y el mensaje de que esta reforma, que sigue a la ya muy polémica de la sedición, es una dejación en la lucha contra los corruptos, es muy fácil de transmitir y más fácil aún de creer. Así que he de insistir en que probablemente no acabará llegando a buen puerto, porque es un barco cargado de explosivos que dinamitaría las posibilidades de Sánchez de permanecer en La Moncloa a partir de noviembre.
Y, si sigue adelante en medio del caos de inseguridad jurídica que vive la nación, siempre podrá preguntarse Sánchez dónde se jodieron sus posibilidades de seguir en el despacho presidencial. ¿Habrán sido los pactos con una parte del independentismo catalán lo que jodió al Perú, digo a Sánchez? ¿Cuánto le perjudicarán los líos en la ley del 'solo sí es sí', trans, familia, bienestar animal, selectividad, y otros dislates jurídicos consecuencia de abrir demasiados cajones al mismo tiempo sin saber cómo cerrarlos?
No, Pedro Sánchez no es Pedro Castillo, y quien los compare desde el extremismo vociferante comete una falsedad y un dislate. Pero sí se está convirtiendo, con la ayuda inestimable de sus socios de coalición y de sus otros socios, en Pedro el de los Líos, y eso es algo que me parece que los votantes castigan con dureza. Bienvenidos al pórtico del año 2023, en el que puede ocurrir de todo. De todo.