La vida está llena de situaciones dramáticas, esos sucesos poco afortunados que nos conmueven y conectan con toda la gama de emociones que nos aborda. En los dramas hay risas y llanto, que pueden incluso aparecer simultáneamente gracias a las paradojas de la existencia. Emergen las visitantes sensaciones, con las que nos identificamos mientras no hayamos aprendido que no somos ellas, que llegan y se van, que lo que permanece es lo que somos, que no tiene que ver ni con lo que pensamos ni lo que sentimos.
Claro que es necesario vivir los dramas, sentir lo que llegue: nostalgia, tristeza, rabia, dolor, mezclados con alegría, éxtasis o gozo. Cada drama, como toda situación en la vida, trae consigo aprendizajes fundamentales, que nos podemos perder si nos dejamos arrastrar por la pasión y nos sobreactuamos, perdiendo la perspectiva. También está sobrevalorada la palabra pasión, como he mencionado antes en este espacio. Le damos mucho espacio a esas perturbaciones o afectos desordenados del ánimo y llegamos a sufrir.
Las pasiones tarde o temprano nos engañan: responden a impulsos emocionales del ego, ese ser temporal que nos acompaña y custodia nuestra individualidad, del que no podemos separarnos -salvo alguna ilusión por demás egoica- y que es necesario observar y acotar para avanzar en la larga carrera universal a la que estamos llamados. A medida que nos damos cuenta del ego y nos decidimos a aprender lo que tiene para enseñarnos, permitimos que aparezca el ser esencial, que también está siempre y en el cual podemos fluir. Pero, la sobreactuación en el drama de cada día obstaculiza tal conexión: no me dijo lo que quería escuchar; dejó en visto el WhatsApp y me ignoró; cayeron las acciones que compré y perdí mucho dinero; mi pareja de fue con otra persona; murió un ser querido; dañaron mi camisa en la lavandería… De cada situación podemos armar una novela, si no nos percatamos de nuestras pasiones y desde ellas damos rienda suelta a la reacción egoica. Hay una buena noticia: podemos aprender a observarla cuando surge, inhalar, exhalar y soltar. Como todo aprendizaje, requiere práctica, como para caminar o hablar.
Respirar conscientemente nos permite que -al darnos cuenta de la entrada y la salida del aire- recuperemos un estado de calma cuando estamos alterados, pues al traer la atención al propio cuerpo permitimos que la mente descanse, lo cual nos permite soltar los sentipensamientos y conectarnos con la fuerza más poderosa que existe: el amor. Éste, al contrario de la pasión, no es un producto del ego sino un estado del ser, presente siempre en todo lo existente en los multiversos. El amor tampoco nos va a traicionar, lo que sí es posible con la pasión desde la cual podemos creer que estamos súper conectados, pero no necesariamente con lo que necesitamos, sino con lo que queremos. En el momento en que no tenemos lo deseado llega el sufrimiento. Por ello elijo el amor sobre la pasión y la respiración ayuda a lograrlo.