En un lapso no mayor de tres semanas, doce sacerdotes jesuitas y un hermano de la Compañía de Jesús, murieron, la mayoría a causa del covid-19. Sus nombres eran: Luis Carlos Herrera, Carlos Alberto Cardona, Gabriel Montañez, Marco Tulio González, Roberto Triviño, Jorge Uribe, Gonzalo Amaya, Leonardo Ramírez, Guillermo Hernández, Álvaro Jiménez, Fortunato Herrera, Alfonso Llano y Rodolfo de Roux. Y aunque casi todos eran ya de avanzada edad, cada uno en su campo y a través de su forma de ser, marcaron un buen tramo de la historia de la Compañía de Jesús en Colombia.
Si quisiéramos sumar los saberes de estos discípulos de Ignacio de Loyola nos haríamos necios. Fueron hombres dedicados del todo al servicio en mil formas: dirigiendo parroquias, estudiando y escribiendo, ejerciendo rectorías de instituciones educativas, regentando cátedras y facultades, predicando retiros espirituales, promoviendo la caridad con eficiencia y discreción, aconsejando a todos en la Iglesia, etc. Muchas vidas, muchos años, muchos frutos.
Un acontecimiento difícil como la muerte de tantas personas en tan poco tiempo se convierte en ocasión para hacer “un alto en el camino” -diría el Padre Llano-, mirar la obra de la Compañía de Jesús, quitarse el sombrero y dar gracias a Dios por este regalo que desde hace varios siglos le hizo y le sigue haciendo a la Iglesia y a la humanidad.
En Colombia la labor de los Jesuitas es reconocida por propios y extraños. Tienen en la Universidad Javeriana la mejor muestra de lo que son capaces estos buenos padres, pues que se cataloga como una de las mejores universidades del país y de América latina. Pero el mismo sello de altura y calidad le imprimen a todo lo que hacen: a sus colegios, a sus apostolados particulares, a sus proyectos en favor de los pobres, a esa labor tan importante de estudiar, pensar, escribir y comunicar.
Cumplen además muchas tareas que podríamos llamar de frontera, entrando de lleno a los temas complejos del mundo actual, alcanzando a quienes muchas veces no se llega desde el ámbito espiritual, logrando crear puentes para que se encuentren los seres humanos que a veces no se miran sino como enemigos. Realmente los Padres Jesuitas son parte supremamente importante para la Iglesia en Colombia y para todo el país.
Se trata, entonces, de un momento para rodear con afecto a los Jesuitas de Colombia. Han sentido con fuerza este paso de la muerte por los corredores de sus casas. Y lo han asumido con fe y fortaleza. Pero duro ha sido el golpe. Debe saber cada uno de ellos que los padres y el hermano fallecido han dejado huellas profundas en infinidad de personas, han transformado vidas, las iluminaron, las orientaron y seguramente a todas les mostraron al buen Dios. De eso se trataba. Los Padres Jesuitas y sus obras, muy al estilo de la Iglesia, llevan el sello de la claridad en la misión y la perseverancia en la misma. Solo de esa manera se logran frutos importantes en lo personal y lo social. Los padres que murieron cumplieron la labor encomendada y sus obras los reconocerán en adelante. Han sido siervos buenos y fieles llamados ahora por su Padre celestial. Estarán en paz para siempre. Gracias a todos: a los que partieron y a los que siguen en la faena señalada por Jesucristo.