¿Podemos seguir pensando en la paz?
"Cano hubiera podido hacer la paz conmigo”: Juan Manuel Santos, presidente de la República.
Sí. Eso dijo el presidente Santos en su discurso con ocasión del abatimiento del jefe guerrillero por parte de nuestro Ejército. Y los colombianos que conocimos a Cano -yo lo conocí en las montañas de Sumapaz en mi condición de vocero del Partido Liberal en la Comisión de Convivencia Democrática de Usaquén (año de 1988)-, también pensamos lo mismo: con Cano se hubiera podido pactar la paz.
Nuestra percepción se basaba en que Cano no era un tropero de la línea de Jojoy y porque en los últimos tiempos había atemperado su posición revolucionaria extrema.
Recientes declaraciones del ex jefe de las Farc y la actitud presidencial de dejar abiertas las puertas del diálogo; la aprobación en el Congreso de la Ley de Víctimas y restitución de Tierras; la presentación también en el Congreso de una iniciativa para crear, dentro de la Constitución, un marco legal para aplicar la Justicia Transicional -precisamente para hacer posible la paz-, eran puntadas que construían un tejido de esperanza en quienes somos amigos de la solución negociada de nuestro conflicto armado interno.
Con todo, esa nueva percepción existía a contrapelo de la lucha feral que se libraba en varios frentes de guerra en el país, y la de mayor alcance se concentró en las montañas del Cauca donde operaba y se refugiaba Cano. Y no valió que, desde otras regiones, la guerrilla tratara de distraer al Ejército con acciones de hostigamiento para que éste abandonara su objetivo central: abatir al jefe de las Farc.
En los planes de guerra, sin embargo, se persigue algunas veces hacer prisioneros a los comandantes de los ejércitos enemigos para negociar la paz y/o para adelantarles juicios de guerra, pero, al parecer, esos objetivos no mediaron en el caso de la persecución contra Cano, por los medios que se utilizaron para abatirlo: “No fueron kilos sino toneladas de bombas las que arrojaron los aviones durante el combate”, le escuchamos a uno de los militares que dieron cuenta del episodio de guerra.
¿Se habrán cerrado las puertas de la solución negociada? Nuestro Presidente, con sensatez, mantiene la mano tendida pero pide la desmovilización. Y del lado de la guerrilla, necesariamente, deben esperarse actitudes que permitan pensar que la anima una voluntad sincera de paz. La liberación de todos los secuestrados y el abandono del narcotráfico -que corrompió la propia revolución, como tantas veces lo hemos dicho-, pueden ser decisiones que, a luz de la opinión no solamente de Colombia sino del mundo, abran espacio a un nuevo proceso de paz.
Que Timochenko -el sucesor de Cano- tenga bien sabido que sólo por el camino de las negociaciones, la guerrilla desmovilizada puede participar en la vida activa del país. El ejemplo del M-19 no puede ser más elocuente.
Y por conveniencia para el país, además, se debe persistir en la búsqueda de una paz sostenible por la vía política.