Eduardo Vargas M. PhD | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Mayo de 2016

ESENCIA

Compañeros de viaje

Ningún encuentro con otra persona es casual ni gratuito”

 

Viajar en compañía no es nada sencillo.  En un viaje, así sea corto, tarde o temprano se caen nuestras máscaras, con las que somos absolutamente luminosos, los más adorados y amigables, y aparecen las sombras. Solo que en un viaje ya emprendido, y con las sombras reveladas, es más difícil echarnos para atrás y nos las tendremos que arreglar para terminar la aventura en presencia de las oscuridades mutuas, en un espacio-tiempo del mismo aquí y todas las veinticuatro horas del mismo ahora.  Y nos empieza a molestar la rigidez del otro o su falta de estructura; su desorden absoluto o su compulsión por la perfección; que ronca, que duerme con la luz encendida, que demora eternidades para arreglarse, que solo puede comer determinada dieta, que todas las anteriores.

Eso y mucho más aflora en la convivencia: nos acoplamos y la pasamos de maravilla o terminamos sin ganas de volver a vernos en un buen tiempo, mucho menos para ir hasta la esquina.  A pesar de ello, aquí en este diminuto planeta Tierra todos los seres somos compañeros del gran viaje de la consciencia.

Vivimos tan sutiles porciones de esta travesía que no nos alcanzamos a dar cuenta de que somos compañeros.  Ningún encuentro con otra persona es casual ni gratuito, por rápido que sea.  Cada uno encierra una posibilidad de seguir aprendiendo, de continuar la evolución individual y de la vida en general: siempre hay aprendizajes en los encuentros, de eso se trata la existencia.  Suponga que va a pie y está por atravesar una calle; se aproxima un vehículo, cuyo conductor se siente algo perdido y decide frenar.  Durante algunos segundos usted no sabe qué hacer, si esperar a que pase el carro (en otras latitudes sería apenas obvio que el peatón pasara primero, pero por estos rincones del mundo no es así…) o cruzar aprovechando que el auto está parado.  Decide seguir, al mismo tiempo que el conductor resuelve continuar su ruta, sin verle a usted, pues en su despiste sencillamente nada más existe.  Frena de golpe, para no atropellarle…  ¡y en ese encontrón momentáneo, de segundos, pueden suceder muchas cosas! Los dos pueden ofenderse mutuamente, hacerse reclamos, gritarse.  El conductor puede sonreírle, con algo de vergüenza por su descuido, mientras usted le hace mala cara; o los dos se miran, se sonríen mutuamente y siguen su camino.

En ese instante pudieron surgir la rabia, el desconcierto, incluso la indignación.  Desde ellos es difícil aprender, pues cada quien está en su postura de tener la razón, que el otro se equivocó, que tiene la culpa, que es un bruto…  Y también pueden surgir la compasión y la comprensión del error, desde las cuales es más probable que emerjan lecciones de cuidado y atención. Múltiples aprendizajes pueden suceder en el registro de un hotel, el pasillo de un avión, la taquilla de un teatro.  Todo encuentro nos permite la reflexión. Cada parte del viaje nos presenta compañeros, con quienes -si estuviésemos despiertos- podríamos aprender.

@edoxvargas