Manual de instrucciones
Cada aparato que compramos trae un manual de instrucciones. La mayoría de quienes nacimos antes de la era digital, revisamos el manual antes de meterle mano a una consola digital o un teléfono inteligente; los jóvenes, digitales con el chip incorporado, no reparan en instrucciones escritas, las van descubriendo sobre la marcha. Para que un aparato funcione adecuadamente es preciso manejarlo de acuerdo con su naturaleza; de lo contrario no funciona o termina dañándose. Hay reglas que, explícitas o implícitas, han de seguirse para disfrutar de un artefacto que nos hace más amable la cotidianidad.
Lo mismo sucede con la vida: tiene un manual de instrucciones. No importa qué religión o cuál tradición sagrada de sabiduría sigamos, o si construimos nuestra propia manera de vivir la espiritualidad, incluso para personas que se autodenominan ateas. En cualquiera de esas alternativas, el manual de instrucciones se basa en el amor. Eso, tan sencillo de expresar, no es fácil de vivir. Las tradiciones cristianas nos hablan de diez mandamientos. Ese es un manual de instrucciones sobre cómo vivir la vida en una manera armónica, procurando balance entre los seres humanos y todo lo creado. Y el primer mandamiento, la primera instrucción del manual, habla estrictamente del amor. ¿A cuántos amores se refiere ese primer mandamiento? Suelo preguntar a las personas que acuden a mi consulta. De tres, contestan sin vacilar. En donde la mayoría patina es en el orden de los amores. Y cuando el orden del amor se altera, se altera todo, nos enseña Bert Hellinger desde las Constelaciones Familiares.
Sobre el primer amor generalmente no hay duda: a Dios, cualquiera que sea la idea que tengamos sobre la Divinidad. Y el segundo amor… al prójimo. ¡No! Muchas personas suelen olvidarse de sí mismas, de ocupar su lugar en el mundo y desde ahí cumplir con su misión vital. Al no reconocerse como importantes, antes de los otros, ceden su lugar y no aman sanamente a las demás personas. “A tu prójimo como a ti mismo” implica que primero necesitamos amarnos en nuestra integridad, de manera plena y sana, para poder amar a los otros de igual manera.
Pero eso es egoísta, podrán decir algunos. Resulta que no, todo lo contrario. No podemos dar lo que no tenemos. Si experimentamos el sano amor hacia nosotros mismos, compasivo mas no complaciente, bondadoso pero no enceguecido, generoso y con límites, nos vamos haciendo cada día más completos. Desde esa complitud el amor a los otros será más sano. Basta con seguir la instrucción para amar en belleza, verdad y bondad.