EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Septiembre de 2012

Amar en medio del conflicto

 

Resulta relativamente fácil amar a otra persona cuando cumple con nuestras expectativas. El conflicto, no sólo posible sino necesario en todas las relaciones humanas, no aparece -o al menos no tan rápidamente- cuando no hay discrepancias fuertes o moderadas con esa persona a quien amamos. Si pasa el tiempo y no aparece el conflicto hay tres opciones: una persona se opacó a la sombra de la otra; la otra anuló a la una; o las dos anteriores. En cualquier caso se da una simbiosis patológica que en la realidad no es escasa. Entonces es sano que surjan los problemas, pues si los sabemos tramitar es mucho lo que podemos aprender. Es ahí cuando llega un reto mayor: amar en medio del conflicto.

Verdaderamente no tiene mucha gracia ni requiere mayor esfuerzo amar en la armonía. El chiste es seguir amando al otro cuando desde su autenticidad no cumple con nuestras expectativas. Finalmente, nadie está en este planeta para cumplir con las expectativas de nadie, como lo expresa uno de los principios de la psicología gestáltica. Si tuviésemos esto en cuenta, amaríamos a los demás en completa libertad: serían libres para tomar sus propias decisiones, sea que nos gusten o no, que las comprendamos o nos parezcan absurdas; eso sería amar en el respeto integral por el otro, sin pretender que compre nuestras visiones del mundo. A la larga, cada quien tiene una perspectiva diferente ante la vida.

Pero solemos engancharnos y empecinarnos en que el otro piense como nosotros e incluso hacemos depender nuestro amor en función de si el otro actúa como yo quiero o no. Si esperamos que el otro cumpla nuestras expectativas o sentimos que para ser amados requerimos cumplir con las suyas, no estamos amando en libertad, sino ejerciendo un amor condicionado que se quiebra en la primera frustración.

Amar en el conflicto es amar en libertad, con el riesgo de la incertidumbre. Es un amor en presente, con lo que hay. Decirlo y escribirlo es más fácil que hacerlo. Sin embargo, si comenzamos por reconocer en voz alta la posibilidad de amar en medio de la diferencia, podremos llevarlo a la práctica. Eso es mucho más sencillo cuando la diferencia es sobre una película, un destino turístico o un restaurante. Se hace más complejo en cuestiones de fondo, estructurales, que son en las que se pone a prueba el amor. Si nos entrenamos en lo sencillo, paulatinamente iremos adquiriendo experiencia para lo grande.

Amar al otro como es, sin pretender cambiarlo, respetando sus decisiones y ritmos, es tal vez el ejercicio más grande de amor que podemos hacer. Sólo así podremos también exigir el mismo respeto por nuestra propia individualidad.