Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Abril de 2016

ESENCIA

Exterminio social

 

SÍ, dos palabras contundentes.  Eso es lo que nos plantea Carlos Mario Perea Restrepo en el libro Limpieza social. Una violencia mal nombrada, editado por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales –IEPRI– de la Universidad Nacional de Colombia y el Centro Nacional de Memoria Histórica.  Durante años hemos querido creer que las diferentes violencias que han afectado a Colombia durante decenios han ocurrido solo en los campos y que las ciudades han estado blindadas como por arte de magia a esos fenómenos que nos atraviesan como nación.  Pero no hay tal: esas violencias también se han enquistado en los centros urbanos, que pretenden preciarse de una asepsia absurda frente al conflicto armado colombiano.  La investigación del equipo dirigido por el autor da juiciosa cuenta de ese tipo de violencia eufemísticamente llamado “limpieza social”, denominado así desde diferentes orillas de la sociedad, desde políticos en ejercicio hasta investigadores sociales, pasando por la prensa y los periodistas.  Estamos ante un fenómeno de proporciones gigantescas y lo que nos propone Perea es llamarlo con todas sus letras, para hacerlo visible y desde ese reconocimiento en deuda, actuar.

 

El número exacto de víctimas de estas operaciones sistemáticas de exterminio se desconoce.  Se han hecho invisibles tanto las víctimas como los victimarios.  En palabras del investigador: “Sea cual sea la modalidad adoptada, ha desaparecido la identidad de los victimarios.  En los años ochenta fue característica la adopción de nombres que se dejaban escritos sobre el pecho de las víctimas, dando fama a nombres como Kankil, Cali Limpia, Mano Negra y Mujaca (muerte a jaladores de carros), entre muchos otros.  Bien pronto los nombres desaparecieron, despojando la acción de exterminio de algún actor reconocible. De los 3699 registros de la base de datos del CINEP, en el 76 por ciento de los casos se desconoce la identidad de quien victimiza.  La ausencia de un rostro –suelen operar con capucha y ruana cubriendo la cara y el cuerpo– es otra degradación del conflicto violento de Colombia: el entrecruzamiento de los conflictos y la sevicia extrema forman parte de esa violencia que no necesita reivindicarse, basta dejar el muerto como testimonio ´mudo´ pero elocuente de la ´causa´ que le anima”.

 

Ciudad Bolívar en Bogotá, Soacha, y también otras ciudades como Medellín y Cali han sido escenarios de exterminio sistemático. Resulta aterrador ver en el libro el cuadro “Víctimas del exterminio social en Ciudad Bolívar 1988-2013”.  Detrás de esos nombres hay familias enteras, con dolores, miedos y rabias.  Recicladores, estilistas, ciudadanos comunes, habitantes de calle, consumidores y expendedores de drogas, población LGTBI. El exterminio en la ciudad es evidente, pero no se quiere ver.  Ha ocurrido con cifras espeluznantes en Valle, Antioquia, los Santanderes.  Los actores no responden a ninguna ideología particular, en eso son iguales los grupos de “limpieza”, paramilitares, guerrillas, desmovilizados y agentes del Estado. Todos han impuesto la ley del terror, pero pese a ello las comunidades, en ejercicios de valentía y organización, se han  levantado para denunciar y buscar justicia.  Si esta nación quiere paz, necesitará, también, mirar estas violencias mal denominadas, llamar a las cosas por su nombre y actuar.

 @edoxvargas