Los seres humanos corremos el altísimo riesgo de morir con el ego virgen, inexplorado, ignorado. Pero resulta que el ego es una parte muy importante de esta experiencia que llamamos vida, pues es el guardián de la personalidad, aquella que necesitamos para diferenciarnos de los demás y a partir de la cual logramos construirnos emocionalmente un lugar en el mundo. Hemos escuchado hablar tantas veces del ego y desde tan diversas posturas, que podemos confundirnos y no saber a ciencia cierta de qué se trata el asunto. Yo creo, a partir de mis años de experiencia como mentor y terapeuta, así como de los estudios doctorales en educación vital, que el ego es un compañero de viaje que nos permite -si lo identificamos e integramos- tener una vida más plena y fluida, en la que podamos ver oportunamente los rollos mentales y emocionales en los que vivimos, para relativizarlos, bajarnos de ellos y superarlos, conectando con lo esencial de la vida: el amor como fuerza.
El ego no es solamente ser prepotente. Gracias a esta creencia generalizada perdemos de vista otras circunstancias en las que surgen las sombras del ego. También asoma el ego cuando no nos ocupamos de nuestras necesidades sino de las ajenas; cuando nos comparamos por abajo y nos creemos indignos de lo maravilloso de la vida; cuando no soportamos el error del otro y criticamos a diestra y siniestra; cuando nos paralizamos de miedo; cuando nos aislamos y no queremos participar de la vida, sino analizarla; cuando no paramos de experimentar placer para no hacer contacto con el dolor; cuando aún queremos vengarnos por haber sido lastimados hoy o hace años; cuando solo nos interesa ser los número uno, que nos vean y aplaudan; cuando manipulamos para obtener amor… son múltiples las formas en las que el ego se manifiesta en nuestras vidas; se nos presentan para que las veamos y trascendamos.
Si estamos iracundos podemos aprender calma y aceptación. Claro, expresar la rabia hace parte del proceso y resulta sano como una manera de poner límites. No creo en las emociones rotuladas como positivas o negativas, sino en lo que podemos aprender al experimentar conscientemente cada emoción con su pensamiento asociado. De eso se trata la aventura egoica: de darnos cuenta, de ser conscientes de esos sentipensamientos que nos visitan. Al reconocerlos es más fácil discernir si son necesarios o no, oportunos o no. Ese solo hecho, el de permitir desde la consciencia el abordaje de todo lo que nos pasa, es un gran paso para ser felices, para soltar eso que nos hace la vida de cuadritos o que se la amarga a los demás, sin que haya necesidad de ello.
¡Aventurémonos en el conocimiento del ego! Así como nuestro cuerpo, el ego también es un territorio en y desde el cual podemos aprender a vivir mejor, a ser más auténticos, a honrar nuestra propia vida tal y como es. Exploremos nuestros egos para relacionarnos más armónicamente con nosotros y los otros.