A la pregunta ¿Apoya usted el Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?, la ciudadanía, debidamente convocada, respondió mayoritariamente: No. Conocido oficialmente el conteo, el Presidente de la República, Juan Manuel Santos, acató el resultado adverso y llamó a todas las fuerzas políticas y sociales a un diálogo nacional que condujera a la solución de la incertidumbre a que dio lugar el plebiscito. Los voceros más caracterizados de entre los triunfadores, los ex Presidentes Pastrana y Uribe, y en general de todas las tendencias, han planteado objeciones, observaciones, ajustes y aclaraciones que deben ser consideradas con atención y cuidado por el Gobierno y las Farc. Es necesario resaltar que ha sido un diálogo responsable y respetuoso de las reglas de la democracia. A su vez, las Farc reaccionaron con prontitud y han ofrecido oír las expresiones contrarias al Acuerdo habanero. “Nuestra palabra es la única arma que usaremos de ahora en adelante”, fue su declaración. Parecería que estamos en un escenario ideal de Alta Política.
Sin embargo, mientras los tres matutinos bogotanos, El Tiempo, El Nuevo Siglo y El Espectador, se han pronunciado editorialmente por la legitimidad inapelable de la decisión plebiscitaria, muchos actores de ambos bandos están transitando por caminos de obcecación, como si la contienda no hubiera pasado. Se olvidan que está en juego la construcción de un fin del conflicto aceptado por todos los colombianos. Es increíble: hay columnistas que posan de demócratas pero no saben perder e invitan al Gobierno a desconsiderar el resultado de las urnas. León Valencia, Iván Cepeda y hasta Rudolf Hommes tienen un criterio muy particular y peligroso de lo que es una Democracia.
Escritas estas letras llegan noticias de la disposición del Centro Democrático de conversar con voceros de las Farc y, su jefe, Uribe Vélez, ha dicho oficialmente que facilitará el trámite en el Congreso de la República de un nuevo Acuerdo. Ahora, parece que las Farc se amorcillan y no quieren salir al ruedo. ¿Se arrepintieron de dialogar? Comprendemos que apenas están aprendiendo cómo funcionan las instituciones legítimas y, seguramente, con la actitud encomiable del Presidente y su Gobierno, las aguas retomarán el cauce tranquilo que se requiere para superar los naturales escollos que han surgido y surgirán en la búsqueda de una solución tan intrincada como necesaria.
Corresponde, también, a quienes acompañamos el Acuerdo Gobierno-Farc, asumir las dimensiones del resultado de las urnas y dejar de buscar pretextos en el clima caribeño, a lo Benedetti, o de hurgar en la manzanilla jurídica para soslayar las obligaciones democráticas y sostener la vigencia de un Acuerdo no refrendado, pues estaba sometido a la condición suspensiva del apoyo popular. Ahora bien, aunque sin valor jurídico, en tal Acuerdo deben centrarse los actuales diálogos ya que desconocer los avances logrados sería irresponsable e impracticable. Pensemos solo en el cese bilateral y definitivo de las hostilidades. Realmente el Acuerdo no existe… pero existe.
Sí. Es hora de los estadistas, de practicar el patriotismo, de abrir las puertas para que la Paz, que todos queremos, sea posible y le entreguemos a la juventud anhelante una Colombia de oportunidades y grandeza.