La espectacularidad del avión es la velocidad. Su aparición como medio de transporte fue un antes y un después. Algo así como lo que sucedió con el disco Nevermind de Nirvana en 1991 y el movimiento Grunge que venía desde Seattle liderado por el finado Kurt Cobain. Jamás nada volvió a ser lo mismo.
Volar a velocidades subsónicas tiene muchos riesgos. El más obvio es que a esa velocidad las posibilidades de sobrevivir son ínfimas. Y, pues así de veloz como vuela el avión así de veloz pasa todo. Tal cual quedó registrado en el accidente de Jeju Air. Siempre que se cierra la puerta de un avión y desde la perspectiva legal no hay ninguna razón en el mundo para abrirla. Ni siquiera una orden de Laurita. Y, debo confesar que jamás me había pasado, pero últimamente si… es en ese momento que pienso que ahí en este vuelo si me tocó… Y, eso que no le tengo miedo a volar. ¿o sí? Al contrario, la aviación es mi pasión, mi trabajo y mi afición. Y, aun así… lo he pensado. Pero también he pensado que es posible volver al antes. Muy posible… últimamente tengo en mi corazón y mente un renacimiento del majestuoso barco como medio para transportarse. El barco es el papá del avión. Su ancestro. Incluso todas las reglas de la aviación tienen origen en el transporte marítimo.
Hace poco y cada vez que puedo lo hago y pernocto ahí, visito el icónico RMS Queen Mary. El barco es un hotel histórico de EE.UU. Lo camino de proa a popa en busca de historia, mística y algo paranormal. El RMS Queen Mary está atracado desde 1967 en Long Beach, California. Está absolutamente intacto. Todos y cada uno de sus “decks” y sus “staterooms”, incluido el B340 -el cuarto más paranormal de toda América- son un viaje al antes.
Además del fascinante y atractivo tema paranormal el barco vive en los años treinta. La gente lo visita con los atuendos y elegancia de la época y hay fiestas de los años treinta en cualquiera de los bares y salones originales del barco. Soy un fan de este icónico barco hace muchos años. Y, en mi última visita al barco me puse a pensar que todo esto se acabó por el avión. Por la velocidad. Por la inmediatez. Por el “ya mismo”. El “inmediatamente”. Y, aunque uno puede viajar hoy en cualquier barco de la línea marítima Cunard, los herederos del RMS Queen Mary: el MS Queen Elizabeth, RMS Queen Mary II, el MS Queen Anne o MS Queen Victoria, desde Southampton hacia Nueva York o viceversa tal cual lo hizo el Titanic en 1912, no deja de ser algo, además de exótico, hecho para una minoría que no le “corre” a la velocidad de hoy. Hay que disponer de siete días para el viaje trasatlántico. Una verdadera aventura surrealista que aún puede hacerse y la haré más temprano que tarde.
Sonara raro pero mi conclusión es que la velocidad en cualquier forma termina matando. Hasta un e-mail. Volvamos al antes…
Juanfelipereyes@hotmail.com