El atardecer de un rockero | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Junio de 2018

A punto de cumplir setenta años, el rockero tunjano Javier Aguilera Castro nos hace una crónica del amanecer musical colombiano, en el cual, está toda una estirpe de la cual hicieron parte, entre otros los maestros Paulo Emilio y Juan Francisco Aguilera Rodríguez, éste último, autor del Método para Bandola o Lira Colombiana; Francisco Javier Aguilera Castro, Jorge Aguilera López y su tío, el maestro Parmenio Pongutá.

Las remembranzas de Aguilera se van hasta la segunda mitad del siglo XIX, época en la cual fueron apareciendo bandas militares partidistas, que poco a poco, con el apoyo de los párrocos municipales, se transformaron en las bandas de los pueblos boyacenses como la de Sutamarchán, la de Labranzagrande, la de Aquitania y la del convento del Santo Ecce Homo. Continúa luego su relato un poco más adelante, cuando el tunjano, motivado por su tío Pongutá, resultó siendo un baterista de gran reconocimiento, no obstante que su primera actuación, en el colegio Miguel Jiménez López de la U.P.T.C., aún no interpretaba “ni siquiera un par de maracas”. Sin embargo, el descubrimiento de una radiolita marca Zenith “con paticas y ojo mágico de luz verde que se abría y cerraba para indicar la sintonía”, para poder escuchar discos de Tchaivkosky y Rimsky Korzakov, que intercambiaba con los amigos, primero en Tunja y luego en el barrio El Recuerdo de Bogotá.

Javier Aguilera fue uno de esos callados protagonistas del movimiento Go-Go, que en Colombia tomaría el nombre de La Nueva Ola y fue pionero del rock en Tunja en 1966 con Los Duendes, ese grupo que integró con Andrés y Pedro Torres y Toño Espinoza, para estrenar en los dominios de Hunzahúa, Quemuenchatocha y Aquiminzaque, un repertorio que incluía Lupe, La Bamba, Twist and Shout, And I love Her, Do you want to know a secret y que se amplió con el ingreso de dos nuevos integrantes, Fernando González, el “Pajarito” y Edgar Puerto, convirtiéndose ese grupo en lugares por fuera de sus dominios, como El Sarape, el Hotel Guadaira de Melgar y el famoso Grill Candilejas, donde los rockeros tunjanos alternaban con la orquesta de Lucho Bermúdez y Ramón Ropaín.

Ese grupo pionero desapareció cuando se dieron cuenta que la raspa de Los Hispanos, Los Graduados y los Black Stars, era más rentable que el rock and roll que ya tenía en el panorama a otros grupos emblemáticos como los Speakers y los Flippers, Génesis, Los Viajeros de la Música y los Amerindios, así como otros de nombres sonoros y simpáticos como Carne Dura, Hepatitis Viral, La gran sociedad del Estado, Malanga, La Banda del Marciano, Los Young Beats, Time Machine, Hope, Glass onion, Cíclope, Columna de fuego, Terrón de sueños, Aeda y, Limón y medio, entre otros, que conformaron una “zona de distensión” en la carrera 7 con calle 165 de Bogotá, en Lijacá.

Aguilera también fue baterista de los Wonder Beats, el Bogotá Jazz Trío y la Onda Tres, donde aprendió la frase que regía las actuaciones de Jimmy Salcedo: “La música es el arte de combinar los sonidos y el billete”, que como a muchos músicos emergentes, no les funcionó la segunda parte, pues ensayaron alternar su participación en diferentes negocios nocturnos, que quebraban estrepitosamente cuando los amigos aparecían a “beberse las ganancias”. Otros de los ensayos de este baterista, que en 1999 publicó “30 años de música en la noche bogotana”, en 2010 “Jazz en Bogotá” y en 2014 “Nocturno en Mi Bemol Mayor”. Éste es un homenaje a los músicos colombianos, así como a Aguilera, quien recibirá la medalla “Cacique de Turmequé” por su trayectoria.