En la lucha constante contra las amenazas que acosan a nuestra sociedad, nos encontramos frente a un enemigo que va más allá del secuestro y sus consecuencias brutales.
La extorsión, práctica abominable que se entrelaza con la crueldad del secuestro, golpea la ciudadanía generando incertidumbre, desasosiego y un profundo sentimiento de inseguridad, en este combate desigual, el ciudadano se enfrenta no solo al asedio de los criminales, sino también a la sensación de abandono por parte del Estado.
Es crucial entender que, en la mayoría de los casos, la extorsión surge como un nefasto acompañante de los éxitos obtenidos a través del trabajo arduo y el empeño por alcanzar mejores condiciones de vida. La entrega y dedicación a la labor diaria, lejos de ser recompensadas, despiertan el interés de grupos criminales que ven en estos logros, una oportunidad para imponer su coerción.
Este fenómeno, lamentablemente, está arraigado en diversas zonas del país, afectando a familias enteras que se ven obligadas a cerrar negocios, liquidar empleados y buscar refugio lejos de las garras de este chantaje económico y pesadilla sicológica para quienes lo padecen, al igual que sus familias.
La gravedad radica en que estas bandas delictivas no se limitan a afectar los dueños y directivos de empresas, sino que su presión intimidatoria se extiende a empleados de todo nivel. Se infiltran en sectores comerciales, amedrentando con atentar contra la vida de aquellos que se resisten a sus demandas, esta táctica, sumada a la amenaza de dañar instalaciones y propiedades, crea un clima de miedo que desestimula la denuncia y la corriente de información necesaria para actuar contra estas organizaciones.
La proliferación de la extorsión se ha acentuado debido a la facilidad con la que se ejecuta, comienza con una visita que informa sobre la presencia de la organización delictiva y sus exigencias, advirtiendo de las consecuencias ante la desobediencia. Aunque en un principio permiten cierto margen de debate, eventualmente exhiben fuerza y capacidad, consolidando así su control sobre la víctima.
Ante este desafío, las administraciones a nivel nacional deben colaborar estrechamente con la fuerza pública y otras autoridades para diseñar estrategias efectivas. La implementación de tecnologías modernas, como cámaras de identificación facial, puede ser una herramienta valiosa, estas cámaras podrían instalarse en lugares estratégicos para identificar los mensajeros de la extorsión sin exponer las víctimas.
Este enfoque tecnológico permitiría a las autoridades verificar la información recibida, facilitando la persecución de estos delincuentes sin comprometer la seguridad de quienes denuncian, en este combate contra la extorsión, es imperativo que el ciudadano recupere la confianza en el Estado y en las instituciones encargadas de velar por su seguridad, la colaboración ciudadana respaldada por estrategias innovadoras y el uso prudente de la tecnología, puede ser la clave para erradicar el azote de la extorsión que actualmente amenaza a nuestra sociedad.