“Yo hago con mi vida lo que se me da la gana”, es una frase que se oye bastante entre nosotros. Aun en su brevedad, esconde toda una filosofía (o una antifilosofía) de vida. Nada ni nadie debe obstaculizar mi diario vivir, añaden los que así piensan. Y si esto le causa mal a alguien, pues de malas, remachan. Esta manera de orientar la existencia es mucho más usual de lo que se pudiera pensar. Y toca todas las dimensiones de las personas: lo emocional y afectivo, lo laboral y recreativo, lo político y lo religioso, lo social y lo deportivo. Aunque quienes viven haciendo lo que se les antoja no se lo propongan, esta manera de asumir la vida siempre causa problemas a los demás, en el fondo, porque hacen caso omiso de la existencia de ellos o simplemente las instrumentalizan.
En la doctrina social de la Iglesia se expone y fomenta la idea del bien común, como un criterio muy importante para que la vida de todos sea la mejor posible. Y es un criterio que se propone para que esté presente en toda acción humana individual y colectiva. Quiere dar una luz acerca de cuál debe ser el alcance de toda acción realizada por las personas. Desde la decisión en el asunto más sencillo y cotidiano hasta las empresas más complejas de la sociedad humana. Omitir el pensamiento acerca del bien común cuando algo se va a realizar, es, desde sus mismos inicios una acción ya fallida. Y los ejemplos abundan en cantidad. Una gran parte de los conflictos que afectan a sociedades como la colombiana tienen su origen en el desprecio por la suerte de la mayoría de la gente. Pero no es extraño que esto sea así pues somos de un individualismo que en ocasiones deja dudas sobre nuestra real capacidad de comportarnos como seres sociales.
Para muchas personas la idea de tener que pensar en los demás, más aún, sacrificarse por los demás, puede resultarles hoy demasiada extraña. Y van montando la vida un poco sin los demás. Para la muestra la cantidad creciente de personas que vive sola. Tal vez, en parte, sea una reacción justa ante una vida social y una cultura ambiente, que, en ocasiones, hastía y ofrece poco oxígeno para el alma. Pero el desentenderse de los demás tampoco es una apuesta afortunada. Siempre se tendrá necesidad de los demás en uno u otro aspecto. Y siempre será constructivo pensar qué se le puede aportar, con la propia vida y actividades, pensamientos y palabras, a quienes reciben los efectos de mi propia existencia y sus huellas sobre el planeta, porque, aunque no lo queramos, producimos efectos.
A quienes poco piensan en el bien común, quizás tengan en esa dimensión de la vida, un campo muy interesante por explorar y en cual tal vez estén las respuestas a muchas de sus inquietudes y temores. Podría ser que más allá del yo, existe un nosotros mucho más interesante, atractivo y dador de sentido. Enseñando a orar Jesús dijo: Padre nuestro…