Durante mucho tiempo los colombianos esperaron, unos con rabia, otros con esperanza y la generalidad con el deseo de encontrar en Colombia un cambio, un nuevo camino, o una dirigencia que trajera la paz y la convivencia, para parar el desangre en que nos encontramos desde hace 60 años.
Ingrid Betancur, una mujer que ingresó desde muy joven a la política, respiraba libertad y la quería para todos… para los pacíficos, para los tibios, para los violentos, para los respetuosos de la ley, para los que están por fuera de ella, para guerrilleros, para ciudadanos, para las convivir y paracos, es decir para la generalidad de un país que todo lo tiene, menos la convivencia, la paz, la justicia y la equidad.
Esta mujer repleta de ilusiones, fortalecidas en la ciudad luz, al lado de sus padres, quiso impregnar a Colombia de fraternidad, libertad e igualdad. Fue su tarea durante años, hasta un día en que se internó en terrenos prohibidos que la privaron de la libertad, a la que tienen pleno derecho quienes, viviendo en democracia, respeten la ley y se sometan a ella.
Una larga vara de guadua envejecida frenó su marcha, y un grupo insurgente la capturó y la internó selva adentro con algunos de sus seguidores. Sus ilusiones quedaron recluidas y encadenadas por sus captores, que nada sabían de libertades o derechos humanos. Otros eran sus objetivos, que reales o equivocados, pregonaban como libertad, equidad y “principios políticos”.
“La rabia en el corazón” como tituló su libro, la mantuvo viva y erguida, valiente y pensante, y con el firme propósito de alcanzar el viejo y vivo anhelo de los colombianos por alcanzar la paz, que aún no llega, porque la mantienen caminando hacia las trizas.
En lo profundo del Guaviare las cadenas laceraban su cuello y sus manos, tenía que disputarse un espacio en la manigua para sus necesidades íntimas, o para ganarse un chorro de agua que descendía de las montañas.
Su corazón se volvió mal consejero. Odiaba todo. Inclusive al maldito tiempo que avanzaba sin notoriedad.
Nunca creyó que existiera la última jugada del ajedrez, que se planificaba en un hangar militar, bajo la supervisión del ministro Juan Manuel Santos. La Cruz Roja, ni era cruz, ni roja, hasta que el jaque le anunció la libertad.
Mucho tiempo tardó Ingrid en descubrir su nuevo estado, pero el tiempo va madurando y moldeando al ser humano. Hoy Ingrid piensa diferente: descubrió el corazón de las Farc, entiende su actitud y considera que todos los colombianos, deberíamos descubrirlo en nosotros mismos. Son muy pocos los que quieren perdonar, aunque se ruegue ese perdón.
Ingrid es hoy ese ser humano que necesita Colombia, que descubra los corazones y encuentre la mejor manera de perdonar… no solamente las Farc tienen corazón… esa es la clave de la paz.
BLANCO: La reanudación de las operaciones aéreas.
NEGRO: El lamentable fallecimiento de José Blackburn, fundador del Nuevo Liberalismo, con Galán.