Hace años, inspirado en tierras como San Andrés de Cuerquia y Yarumal (cunas de mis padres), el poeta Jorge Robledo Ortiz, pluma sublime, escribió: “Hubo una Antioquia donde la alegría retozaba en los ojos infantiles, un pueblo que creía en las campanas de las torres humildes, un pueblo que veía en las estrellas dorados espolines y le rezaba a Dios, mientras la luna templaba la nostalgia de los tiples. Siquiera se murieron los abuelos sin ver cómo se mellan los perfiles”.
A San Andrés de Cuerquia (en recuerdo de unos aborígenes cercanos al río de ese nombre) nadie lo conocía fuera de mi familia hasta que, en 2012, después de Uribe, claro, lo descubrió y se lo tomó de manera cruenta la guerrilla de las Farc y así “mojó prensa”; Yarumal, de mayor trascendencia, encaramado en la montaña de Morro Azul, debe su nombre a la existencia, silvestre, de la especie yarumo, planta de la familia urticácea. De él recordaba Octavio, mi padre, “era el pueblo de las tres efes: feo, frío y faldudo”. Pero con gran vida comercial y también fue cuna de Epifanio Mejía, autor del Himno Antioqueño.
En Yarumal “la alegría retozaba en los ojos infantiles y (los niños de una humilde escuela) le rezaban a Dios …”, hasta hace un par de semanas, cuando el diablo con brazalete, encarnado en una cuadrilla del frente 36 de las Farc (que tiene en su prontuario haber asesinado por allí a varios jóvenes, recientemente) irrumpió en la escuela, sin pedirle permiso a nadie, con los fusiles al lomo y se pusieron a dar lecciones de cívica y de urbanidad, a barrer salones, cortar hierba con guadañadoras y, para rematar, les dio por adiestrar en “pausas activas” a los atónitos infantes. ¡El diablo haciendo hostias! Y ahora dirán los agentes del cambio que los narcoguerrilleros se volvieron “angelitos” de la noche a la mañana, todo por obra y gracia de la “paz total”.
“Una pizca de ingenuidad puede generar muchos días de vergüenza”, dijo un desconocido de nombre Matshona Dhliwayo quien, creo, entra a su casa y lo muerde el perro. Pero, como de todo se ve en la Viña del Señor, nada raro que la inusitada iniciativa guerrillera haya sido previamente concertada con Fecode, sindicato comunista, cuyo Catecismo de cabecera es la serie “Matarife”, con la que envenenan y llenan de odio a los niños estupefactos que se los toca aguantar en escuelas y colegios públicos, incluso en algunos privados, matriculados en la novedosa categoría “progre”. Ingenuidad total.
Pero los signos van cambiando. El pueblo ha ido tomando conciencia, a los porrazos, y sé de personas cercanas, antiuribistas y antiduquistas furibundos, que votaron por “el cambio”, escudados en el peregrino argumento de que “era peor el viejito”, ese inefable personaje que fue resucitado e inflado por la estrategia y guerra sucia electoral para desbancar a Fico. Esos amigos, ya mareados, están pidiendo “bolsita” de emergencia, antes de bajarse del fatídico bus del “cambio”.
Post-it. Recién nos abandonó José Ramón Ortega Rincón, ilustre abogado y escritor calarqueño, de corte Laureanista, Gobernador del Risaralda, acogido en Santa Rosa de Cabal, donde fue Alcalde y presidía la Sociedad Bolivariana. Dios guarde en el Parque de las Araucarias del Cielo al gran ser humano.