Los analistas de la vida pública han empezado a ocuparse del tema de la verdadera influencia del cristianismo, o mejor, de los cristianos, en la vida colombiana. Tales somos todos los que seguimos a Cristo, la mayoría en la Iglesia Católica, y otra parte en otras iglesias. La mirada ahora más atenta sobre el quehacer de los cristianos en la vida pública no ha escapado a estereotipos y prejuicios: que son unos fanáticos, que son fundamentalistas, que quieren imponer sus creencias, que siguen creyendo en la Biblia (¡!), etc. Pero pocos se han preguntado acerca de por qué los que militamos dentro del cristianismo hemos sentido la necesidad de hacer más sonora nuestra voz frente a las diferentes realidades que hoy afectan de lleno la vida de los ciudadanos en Colombia.
Quienes creemos en Cristo venimos sintiendo en las últimas dos o tres décadas, quizás desde la promulgación de la Constitución de 1991, un aire continuo de agresión contra nuestras creencias, modos de vida, valores fundamentales e idea de lo que debe ser la vida humana. Hemos visto y sentido que las instancias nacionales de gobierno y justicia, especialmente, han sido copadas en buena parte por personas que no tienen fe religiosa y por tanto que un pueblo que es esencialmente religioso, ha sido sometido por unos pocos que no tienen la perspectiva de lo espiritual en sus mentes y para los cuales las leyes de Dios son inexistentes. Esto ha ido escalando la tensión a unos puntos delicados y que con frecuencia son atizados por muchos generadores de opinión que también se han situado en ese horizonte de la no religión. Era imposible que nos quedáramos quietos y callados.
El cristianismo hoy en día es muy incómodo por las ideas y creencias que tiene sobre la vida humana, sobre el matrimonio y la familia, sobre los derechos de los niños, sobre el uso de la fuerza, sobre la moral en sus instancias públicas y privadas, sobre el uso de los recursos públicos, sobre las vías para llegar a la paz a través de la reconciliación, sobre la justicia para con los pobres y desposeídos. Sin duda prefieren a unos cristianos de rodillas ante ellos, pero solo nos arrodillamos ante Dios, Nuestro Señor.
Por si alguna duda tuvieran los gobernantes y magistrados, también los legisladores, deben saber que para el cristiano la primera palabra válida es la de la Sagrada Escritura y desde su enseñanza miramos todo lo demás, Constitución incluida, obra solamente humana. Para construir una Colombia sin seguidores de Cristo, tendrían que arrojarnos al mar a algo más de 40 millones de personas.