El legado de Ospina | El Nuevo Siglo
Lunes, 30 de Julio de 2018

Mariano Ospina Hernández no sólo dejó un legado representado en la numerosa familia que conformó con Helena Baraya, siete hijos, 19 nietos y 6 bisnietos, sino en su ejemplo de empresario y político, que como tal, dejó un gran ejemplo de amabilidad y sencillez, sin que en él hubiera cabida para el rencor, la envidia, la crítica malsana, el odio o la mentira.

El ingeniero Ospina se destacó por su entereza, por su amor a la patria, por su pasión por los más importantes planes sociales, sus proyectos científicos y de construcción física y educativa y como su madre, por su amor a la orquideología.

Nacido el 2 de agosto de 1927 y fallecido el 12 de marzo de 2018, Ospina recibió de mis manos un mes antes de morir y lleno de entusiasmo por la vida, la medalla “Cacique de Turmequé” por sus aportes, obras y a la vez por sus sueño de una Colombia mejor.

En 1981 realizó una serie de planteamientos políticos, previos a la Convención Nacional del Partido Conservador que proclamaría como candidato a Belisario Betancur. En su discurso, quiso realizar un ejercicio de recogimiento interior para repasar la larga letanía de los males que pesan aún sobre nuestro país tropical, lleno de duros e inocultables contrastes, como los claroscuros de nuestras devastadas selvas bajo el ardiente sol ecuatorial.

Quiso, como pocos lo han hecho, poner en evidencia el gobierno de Alfonso López Michelsen, denunciando incluso la constitución de una sociedad familiar para contratar con el Estado y, haciendo una alegoría del Titanic, advirtió Ospina que “cuando los grumetes más osados daban voces de alarma, los del piso alto los trataron como incómodos aguafiestas y repitiendo la increíble estupidez de los engreídos pasajeros de primera clase, lejos de abrir los ojos ante el desastre, organizaron una alegre comparsa para cantar en coro que continúe el naufragio”, afirmando además que en ese gobierno avanzaba “la embriaguez de los negociados fabulosos y fáciles” y que además, mientras “en la cubierta alta se escuchaban músicas alegres y el chocar de las copas de champaña, en los camarotes bajos donde viajaban los de segunda y los de tercera, empezaba a entrar a borbollones el agua amenazante de la inflación, la escasez, el desempleo y la inseguridad”.

Pero su crítica también llegó al propio conservatismo, del cual era parte, pues no concebía la fórmula inaceptable del continuismo con las rodillas en tierra, ni la hipoteca (premonitoria hoy día) de la vieja y legítima casa del partido, gravada “a cambio de un plato de lentejas burocráticas”, que hoy desconoce los principios de 1849 de luchar, como hace 170 años a través de la civilización contra la barbarie y por la libertad dentro del orden como “guardianes insobornables de esa consigna histórica”.

Señaló Ospina que Colombia no puede seguirse manejando con la improvisación del despilfarro y la fórmula del chamboneo, sino con las modernas técnicas de la planeación integral contra el saqueo y la destrucción, solicitando a los gobernantes ser empresarios de realidades y no mercaderes de ilusiones.

Para Mariano Ospina, las voces de esperanza en un futuro mejor, sin demagogia y sin violencia, caerían muy bien en los oídos del sufrido pueblo colombiano, para poder dejar atrás la frustración y el engaño y buscar en el futuro la dignidad y la victoria.

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