“Tener dos expresidentes en un referente de corrupción es lamentable”
Como los libros que te agarran y no te sueltan. Así me devoré la nueva serie de Netflix dirigida por el cineasta brasilero José Padilha, el mismo director de la serie Narcos. Ya anunció el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva una denuncia en contra de Netflix, supongo que por transmitir la serie. La destituida y también expresidente de Brasil, Dilma Rousseff, acusó a Padilha de usar la serie como una especie de fake news. Lo cierto es que Lula da Silva fue condenado el pasado mes de enero a 12 años de prisión por corrupción y a Rousseff la destituyó el Senado de la República. Tener a dos expresidentes en un referente de corrupción es lamentable, pero también prometedor en la medida en que al menos se tiene esa esperanza que la justicia cojeando llega porque llega.
Me vi los ocho capítulos de la primera temporada que basada en hechos reales, construyó una historia alrededor de las prácticas corruptas a través de las cuales se mantiene el poder político y la forma como las corporaciones privadas influyen en la compra de ese poder y el escaso margen de maniobra que le queda a la justicia para operar (porque la otra está comprada). No sé si todo lo que pasó en la Operación Lava Jato ocurrió como lo cuentan, pero lo que sí se sabe es que muchos de los personajes y lugares sí existieron, como la casa de cambios en la estación de servicios, desde donde el verdadero Roberto Ibrahim (Alverto Youssef) gestionaba las operaciones como cambista y trasportaba maletas repletas de billetes para comprar y pagar conciencias, o como el policía Gerson Machado quien en la serie se llama Marco Rufo, se obsesiona con investigar cada acción de una red de corrupción que inició con movimientos de más de 30 mil millones de dólares entre bancos y cuentas internacionales y que condujo a develar cómo las cabezas del poder económico y político tenían que ver con esa red de maldad.
La serie no se aparta de la forma como el policía Rufo es condenado y maltratado por el establecimiento. Los espectadores, le perdonamos sus debilidades personales, pero el sistema político y de justicia que plantea la serie, es un fiel retrato de la realidad. No se vale esculcar. No se toleran a los sapos. El que se atreva a hablar y a denunciar es castigado con una denuncia o con una investigación que en el caso del débil sí funciona de manera rápida y eficaz.
El sabor que deja El Mecanismo es de verdad. Pero no solo de la que pasa por allá en Brasil, sino la que vivimos en nuestras narices. La ciudadanía en Colombia se entera que hay corruptos porque hay ciudadanos que se atreven a denunciar y periodistas valientes que se atreven a publicar. El común denominador de la ficción y la realidad es que los corruptos creen que todo es comprable y sonríen confiados porque están seguros que sus fechorías serán tapadas porque incluso las consideran “justas”. El cineasta Padilha acierta en lo que corresponde a América Latina en general. Ojalá haya más policías locos como Gerson Machado (Rufo) y jueces obstinados como Sergio Moro (Rigo), quienes a pesar de las presiones siguieron adelante y que la ciudadanía aprenda a valorar la existencia de ese tipo de profesionales para que no luchen solos en medio de un sistema que favorece a la corrupción. Para mí, la enseñanza es que siempre hay alguien que ve y que habla y qué bueno que hoy en día los corruptos caen. Para la muestra, un Lula da Silva en prisión.