¿Quién pudo llegar a pensar que el nacimiento de uno o más niños se convirtiera en un problema grave para algunas personas y quizás para sociedades enteras? Problema grave porque no quieren a los niños bajo los pretextos más oscuros que se pueda uno imaginar. A mi modo de ver el argumento sobre el cual poco se dice es un egoísmo terrible, un espíritu de comodidad que raya en lo antihumano, un deseo de no compartir la vida a fondo con nadie, un narcisismo llevando a sus límites más insospechados. Los argumentos que se suelen exponer, tales como la superpoblación del planeta, la escasez de recursos, los problemas de la vida actual, las exigencias de la vida moderna para los adultos, etc, son apenas importantes en alguna pequeña medida y tienen solución si se quisiera encontrarla.
Se me ocurre pensar, entonces, que hoy en día podríamos mirar el nacimiento de Jesús, y en las condiciones que lo hizo, como un acto verdaderamente provocador de Dios hacia la humanidad que se quiere encerrar en un egoísmo monumental o que ya está así. Y es que el nacimiento de Jesús, la vida contenida en Él, significó a la larga la mejor demostración de que cada vida que llega es y debe ser acogida como bendición por todos, comenzando por sus propios padres.
Atajar la vida, cercenar la vida, truncar una existencia es un intento absurdo por acallar la fuerza de la creación que en cada nueva realidad vital demuestra miles de posibilidades de novedad y transformación. Me parece que por momentos el deseo de no ver nuevos nacimientos ni escuchar a nuevos niños es una cuestión de miedo porque al fin y al cabo cada uno de ellos es un llamado a mirar la vida ampliamente, con esperanza y con alegría. Todos los promotores y las promotoras de los no nacimientos han engendrado unos mundos oscuros, tristes, aburridos por ser solo de adultos, egoístas como ya se dijo y también despiadados con los no nacidos y sus madres y padres.
Jesús, cuyo nacimiento hemos celebrado precisamente ayer 25 de diciembre, es presentado por el Nuevo Testamento como “luz que nace de lo alto”, como esperanza realizada, como tarea para sus padres y para Él mismo. Y desde el mismo momento de su gestación en María y bajo la suave custodia de San José, dio lugar a un movimiento gigantesco que hasta hoy no se detiene y que tiene que ver con la presencia de Dios entre los seres humanos y todo lo que gira con alegría ante semejante acontecimiento.
Porque después del nacimiento de Jesús hace ya más de 2000 años nada volvió a ser igual en el planeta tierra, hasta entonces y varios siglos después también, en gran medida un escenario muy severo para la vida. Aunque no se crea, veintiún siglos después, la vida, gracias a esta encarnación divina, ha sido contemplada con más dignidad que nunca, aunque no se puede bajar la guardia ante tanto y tanta anti-vida que anda suelto y suelta y escribiendo. Me gusta pensar que Jesús nació también para provocarnos a seguir queriendo la vida, deseando nuevas vidas, gozándonos en la alegría de los niños. Por eso no hay que decir solo felices fiestas (¿?), sino exactamente: ¡Feliz Navidad!, es decir, feliz nacimiento de un niño, que además es hijo de Dios y por tanto Dios. Hay que estar chiflado para que el nacimiento de este niño y de otro no cause alegría. De nuevo: ¡feliz navidad!