La proximidad de las elecciones regionales acentúa la persistencia de Petro de gobernar como si aún estuviera en campaña electoral. Lastimosamente su ejercicio de la presidencia revela que no ha logrado el tránsito de candidato a presidente, lo que lo induce a insistir en vender ilusiones para mitigar la angustia de sentirse huérfano de resultados. Las manifestaciones públicas del pasado miércoles no alcanzaron su objetivo, pero si develaron el obstinado propósito de intervención indebida en el debate electoral.
La procuradora llamó la atención del presidente para que las movilizaciones no se utilizaran como plataforma para favorecer candidatos en los comicios del 29 de octubre. Le recordó la jurisprudencia vigente que dispone: “hechos de esa naturaleza pueden generar en el imaginario colectivo la realización de alianzas o apoyos que rompan con los equilibrios de la contienda”. La insólita respuesta de Petro fue traer a colación el ejemplo del presidente Biden apoyando una huelga en una fábrica de autos, sin reparar que Biden solo se valió de un megáfono, mientras que Petro irrigó cuantiosos dineros públicos para asegurar la asistencia de sus conmilitones, en clara y prohibida financiación del certamen político, que contó además con la presencia de las organizaciones indígenas del CRIC y de la ONIC, contratistas de varias entidades del gobierno por un valor superior a los 120.000 millones de pesos, y que transportaron 15.000 manifestantes a Bogotá para evitar las pobres asistencias que se vieron en otras ciudades capitales del país.
Con su intemperancia y la orden a sus ministros de priorizar sus tareas de activistas sobre los deberes de sus cargos, agrega un peligro más a los que ya rondan a las elecciones con la libertad concedida a las organizaciones criminales con poder territorial de alterar la voluntad de los electores y el libre accionar de los candidatos.
Debe preocupar entonces la afirmación del presidente de “si mañana hubiera elecciones, otra vez ganábamos la presidencia”, porque Petro siempre revela prematuramente sus objetivos políticos y hoy teje las identidades necesarias.
El presidente exhibe una rotunda incapacidad de gestión, de atención al presupuesto y a las más elementales tareas y deberes del gobierno. Carece de un proyecto de nación que le dificulta coordinarse con los territorios y sus gobernadores y alcaldes. La supuesta toma de Bogotá constituye la mejor evidencia de su talante improvisador con el que dice pretender atención a las necesidades de las poblaciones, cuando en realidad su propósito se limita a favorecer a Gustavo Bolívar para conjurar el peligro de perder el caudal electoral que obtuvo en las elecciones presidenciales. Mientras tanto continua en su tarea de desmantelar los servicios de inteligencia de las Fuerzas armadas y la Policía para dar libertad a la incapacidad ya probada de su activista carente de atributos para el desempeño de sus responsabilidades como ministro de defensa.
El país carece de rumbo y de timonel. “Menos marchas y más gobierno” pregonan algunos. No serán escuchados porque el presidente nos notificó que la suerte está echada. No en vano se identifica con el general Melo.