Juan Pablo II fue un gran sociólogo; Benedicto XVI, un riguroso teólogo. Francisco no es ni lo uno ni lo otro. Tampoco es un científico (aunque a veces hable de ciencia), ni un economista (aunque a veces hable de economía), ni un internacionalista (aunque a veces hable de relaciones internacionales). Pero es un consumado catequista -por eso a veces se tiene la impresión de estar oyendo a un párroco, más que a la cabeza visible de la Iglesia católica-. Es un carisma valioso, y quizá necesario en los tiempos que corren. Como una catequesis, por lo tanto, y no como otra cosa, hay que leer la exhortación apostólica Laudate Deum, publicada el pasado 4 de octubre (coincidiendo con la fiesta de san Francisco de Asís), y dirigida “a todas las personas de buena voluntad” -un detalle que tiene su propia relevancia-.
La exhortación “sobre la crisis climática” es una secuela de su segunda encíclica, Laudato si’, a la que remite en la mitad de las notas al pie que acompañan el texto. Se trata de un ejercicio reflexivo, en el más gramatical de sus sentidos. No sorprende que el papa sea, pues, reiterativo en su crítica al “emprendimiento” y a los intereses de las empresas, a lo que ha llamado “paradigma tecnocrático”, a la “meritocracia” y a las “élites”, a la “tecnología”, al “modelo occidental”, y a la “ideología” que -según él- subyace a todo ello. Más llamativas resultan, por un lado, la rotundidad con que suscribe algunas hipótesis científicas y reivindica algunos dictámenes apocalípticos, y por el otro, su peculiar visión del multilateralismo y el estado del mundo.
Para Francisco, el multilateralismo debería ser un conjunto de organizaciones mundiales “dotadas de autoridad real”, que no dependan “de las circunstancias políticas cambiantes” para “‘asegurar’ el cumplimiento de algunos objetivos irrenunciables”. Todo lo que el multilateralismo no es (porque no puede serlo, y quizás es mejor que no lo sea), y todo lo que suena a gobierno mundial, aunque se cuide en advertir que no se trata de eso.
El papa ha aprovechado la exhortación para pontificar -nunca mejor dicho- sobre política internacional. Celebra el activismo transnacional, germen de un “multilateralismo ‘desde abajo’”; elogia a las “potencias emergentes” por su desempeño en la pandemia (¿?); diagnostica una “nueva configuración del mundo” -además, “multipolar”-; reclama “una suerte de mayor ‘democratización’ en el ámbito global”. Y no pierde ocasión de denunciar que “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China”, en lo que parece una mordaz comparación no muy bien intencionada.
Pero detenerse en estos detalles sería extraviarse en el camino. El “papa verde” -un adjetivo conforme a sus preocupaciones, aunque seguramente no le plazca del todo- es, huelga repetirlo, un catequista, y como catequista hay que leerlo. Y la catequesis es el arte de instruir por medio de preguntas y respuestas. Seguramente hay mucho que objetar a las respuestas de Francisco, cuyos sesgos son evidentes. Pero no cabe duda de la pertinencia y la inaplazable importancia que tienen sus preguntas y su invitación constante al discernimiento.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales