La tecnología siempre tiene dos caras. La mejor, aquella en la que se ponderan sus usos y utilidades para ayudar en el día a día de las personas y el progreso en general de la humanidad, y la peor: esa en donde los adelantos terminan, sin ser la intención de sus inventores o desarrolladores, degenerando en una herramienta para la agresión, el crimen y los discursos de odio y discriminación.
Las redes sociales, como se sabe, son el mejor ejemplo de esa doble circunstancia. De un lado, se han convertido en la mejor plataforma para la circulación de informaciones y contenidos de todo tipo, de forma inmediata y con la ventaja de que cualquier persona las puede utilizar sin mayor complicación y a precios cada vez más asequibles.
En la otra cara de la moneda están los usos lesivos de las redes sociales, sobre todo por quienes las utilizan como vehículo para insultar, agredir, difundir informaciones falsas o tendenciosas. De hecho, estas plataformas están convertidas hoy por hoy en el escenario de mayor penetración e impacto para los discursos de odio, el acoso, la desinformación y los ciberdelitos, que están en alza en todo el mundo.
El propio papa Francisco, en sus reflexiones ayer en el marco del Vía Crucis, evento central en la Semana Santa, criticó precisamente la actitud de los que se esconden detrás "de un teclado" para insultar y crear violencia.
"Sucede también hoy, Señor, y ni siquiera es necesario un cortejo macabro; basta un teclado para insultar y publicar condenas", subrayó el Pontífice en la sexta estación del Vía Crucis.
Si bien es cierto que tanto las empresas que administran las redes sociales y las legislaciones en muchos países han ido avanzando poco a poco en introducir controles para detectar las noticias falsas, cerrar las cuentas desde donde se generan discursos de odio y discriminación, así como identificar a los cibercriminales, es tal desarrollo de estas aplicaciones digitales y su capacidad de difusión que muchas de esas regulaciones se quedan abiertamente cortas.
En ese sentido, el llamado papal en torno a quienes se ocultan detrás de los teclados para insultar resulta más que oportuno. La clandestinidad que permiten las redes sociales continúa siendo su mayor flanco débil. Solo en la medida en que activen más controles para poder saber quién es el titular de las cuentas y los responsables de las interacciones, esa violencia digital se podrá combatir con mayor efectividad.