La encuesta de Guarumo de la semana pasada, señaló que para los habitantes de Bogotá los tres problemas más graves que tiene la ciudad son la inseguridad, la corrupción y el desempleo. Seis de cada diez ciudadanos perciben la ciudad insegura y el desempleo sobrepasa el 13%. Duele que la cultura corrupta de las clases dirigentes tenga a la ciudad sumida en un malestar permanente. La plata que se han robado para mantener su vida de lujos se ha dejado de invertir en las comunidades más vulnerables de la ciudad. Al ser sistemático el robo, la trampa de la pobreza se convierte en un círculo vicioso que no permite el desarrollo de las comunidades
La corrupción no es ajena al problema de la inseguridad y del desempleo. Resulta que lo escasos recursos que hay, se dilapidan en contratistas y políticos corruptos que, en lugar de crear políticas públicas que permitan la reinversión, el retorno social de la misma, la productividad y la generación de empleos nuevos, por ejemplo a través del emprendimiento; destruyen valor social y ponen en riesgo el desarrollo de comunidades y familias.
No es una bicoca el presupuesto distrital de 25 billones de pesos anuales. Pero la pérdida que se ha sufrido por sobrecostos en los contratos, el detrimento patrimonial de los proyectos físicos e intangibles que no han sido culminamos es inmensa, se acumula y la sociedad termina pagándolo varias veces. A costa, entre otras cosas, de las comunidades vulnerables a donde no llegan los programas sociales que los ayuden a salir de la trampa de la pobreza.
La corrupción es sin duda ninguna el peor de los males. Pero también la carencia de una justicia que sea capaz de incriminar y castigar con el rigor de la ley a los corruptos y ladrones. El estatuto anticorrupción, que los senadores no han sido capaces de aprobar entre otras cosas porque pierden todas las prebendas para poder seguir siendo corruptos, es una burla a la sociedad.
Así las cosas la degradación de la economía, de las oportunidades de empleo y el efecto en el incremento de la criminalidad producto de la falta de oportunidades, continuará. Hasta que una ciudadanía empoderada deje de creerles las mentiras a los políticos tradicionales que elecciones tras elecciones se presentan como la gran panacea de la lucha contra la corrupción y del gobierno efectivo. En cuerpo propio o ajeno, esos políticos y sus familias se reencauchan sabiendo la añoranza de los ciudadanos por salir de la olla, se muestran como los mesías salvadores y resulta que no son más que la condena de los ciudadanos que en la calle están expuestos a que los atraquen o los maten, mientras los políticos en sus cómodas casas y resguardados con sus guardaespaldas planean cómo se van a seguir robando la vida de los que incrédulos, siguen votando por ellos.