En un abrazo la entrega es total: cuando soltamos todas las barreras que nos separan del otro y abrazamos, experimentamos verdaderamente la Totalidad. Hacemos parte de lo mismo, somos uno solo.
El gesto de abrazar, es poderoso. Cuando abrimos los brazos a otra persona nos exponemos totalmente, pues todos nuestros órganos vitales quedan a merced del encuentro. En el abrazo genuino nos damos sin reservas; pero, no siempre es así, pues no en todas las culturas el abrazo es una expresión de afecto. Para nosotros, latinoamericanos, es bastante usual sostener contacto físico con otra persona cuando la encontramos. Literalmente, compartimos nuestro calor y quienes creemos que somos mucho más que cuerpo físico también sabemos que se funden nuestras auras, nuestras energías. En las naciones de Oriente el contacto con otro solo es físico en la más profunda intimidad, de hecho con algunas restricciones. Por nuestras longitudes y latitudes el espacio vital es compartido más ampliamente, de alguna manera gozamos de una mayor generosidad kinestésica, que nos permite sentirnos no solo con la mirada sino con la respiración y los latidos del corazón.
En el abrazo se manifiesta nuestro poder de una manera doble: por una parte, nos conectamos con nuestro ser, en un presente que puede ser de recepción del otro, entrega de sí mismo o ambos. Cuando estamos experimentando momentos de dolor, perdernos en los brazos de una persona que amorosamente nos contenga es absolutamente reparador; ahí nos podemos dar el permiso de soltarnos, de relajar nuestro cuerpo y dejar, en un acto de plena confianza, que otra persona nos sostenga pues a nosotros no nos alcanzan las fuerzas. Paradójicamente, esa vulnerabilidad que dejamos que nos habite nos puede llevar a recuperar nuestra fuerza. La dejamos ser, la dejamos estar y la dejamos pasar cuando estamos en brazos de otro. Así nos podemos recomponer, no porque el otro tenga esa responsabilidad que es individual e indelegable, sino porque nos hermanamos en el amor y permitimos que su fuerza fluya a través del contacto.
Por otra parte, cuando somos dos los que nos juntamos desde nuestra fuerza consciente nos convertimos en mucho más que dos. La energía crece exponencialmente y podemos sentir el poder de la unidad, tan valioso en este tiempo en que los mensajes de fragmentación y separación parecen surgir con mayor fuerza. Si nos abrazamos dos, tres, cien, mil, la fuerza es indescriptible. Es la manifestación plena del amor como fuerza, que trasciende las guerras y es más potente que cualquier lucha. Si bien el abrazo físico con plena consciencia es una experiencia trascendente, nos podemos abrazar mentalmente, visualizando a esa persona o a ese grupo de personas con quienes compartimos una experiencia cercana. El ejercicio es sencillo, y no por ello inocuo: podemos concentrarnos en la inhalación, visualizando cómo abrimos nuestros brazos en el encuentro con los otros, y al exhalar nos concentramos en traer hacia nosotros la energía potenciada. Al abrazarnos superamos la barrera de la individualidad y experimentamos el milagro de la vida. ¡Ah! Falta el abrazo más importante: el propio. Le invito a que se abrace a sí mismo, incondicionalmente, cada día; se conectará con su propio poder.