Según la crónica antigua y las investigaciones modernas de algunos antropólogos, los caribes y otras tribus solían “secuestrar a las mujeres y canibalizar a los hombres”. La historia recuerda que Cristóbal Colón, en 1492, se encontró con algunas tribus que practicaban el canibalismo ritual. En otras tribus del sur de lo que es hoy Colombia recibían a los prisioneros de los incas y después de alimentarlos un tiempo, en ceremonia especial devoraban su corazón. En la evolución mundial del homo sapiens, deja rastros el canibalismo.
En política se usa la palabra canibalismo para expresar la tendencia a la barbarie de algunos políticos extremistas que, en su odio visceral, parecieran dispuestos a devorar las entrañas de sus adversarios. El marxismo, con la obsesión de eliminar a la clase dirigente de la sociedad, sugiere una forma criminal del canibalismo. Algunas fuerzas políticas europeas de tipo antisemita apoyaron la eliminación de los judíos en Alemania. Entre los teóricos racistas se destaca el conde de Gobineau. En Rusia y en otros países de Europa, incluso en España, se los expulsa, quizá por razones más económicas que religiosas.
En la jerga política nuestra se menciona el canibalismo político como la manía extremista de algunos políticos de abominar e insultar a sus adversarios. Según estudiosos de la corriente positivista en lo penal, ese ha sido un asunto demencial, como de inadaptados y fanáticos, que no se contentan con contradecir; al contrario, sino que sueñan con exterminarlo y suplantarlo, apoderarse de su esposa, junto con sus seres queridos y despojarlo de sus bienes. No estaría mal repasar a Frantz Fanón, en Los Condenados de la Tierra.
Entre nosotros se menciona de manera recurrente el asesinato del caudillo Jorge Eliecer Gaitán, quien desata una apasionada compaña contra lo que denominaba la oligarquía colombiana, a la que acusa de odiar al pueblo y por lo tanto en su prédica tribunicia justificaba el odio de los de abajo contra los de arriba. Recurre al grito de guerra de un antiguo caudillo monárquico francés: “si retrocedo empujadme, si me matan vengadme. Pueblo, a la carga”. El asesinato ritual del dirigente sindical Raquel Mercado, por cuenta del M-19, es de estirpe caníbal.
En Colombia, cruzamos por etapas de sinrazón y odio político, que desatan sangrientas oleadas de violencia. En especial, en las zonas marginales a donde no suele llegar el imperio de la ley. Pese a lo cual, si se examina el asunto cuidadosamente, se concluye que los violentos y caníbales políticos son una ínfima minoría de la población. Más esos genocidas y secuestradores, que mantienen amedrentada por las armas y el terror a las gentes humilde del terruño patrio de la periferia, le dan la mala fama a Colombia de ser un país donde en pleno siglo XXI la barbarie prevalece.
El otro canibalismo es el que emerge verbalmente en las redes sociales, en los medios de comunicación, en la intempestiva política del montón y en los ataques de unos contra otros. Los que están contra el gobernante lo injurian con saña y a la inversa. La grosería y la ordinariez se ha apoderado de la jerga política. En vez de análisis políticos, de propuestas sugestivas para sacar al país del bache, se apela al chisme, el insulto y el odio. Y no es un asunto puramente colombiano, ni de un sector de la política, en Argentina, su presidente Javier Milei, muestra los colmillos e insulta a los zurdos. El político ensaya dicterios contra Sánchez de España o contra Maduro de Venezuela, quien, a su vez, le llama “malparido”. Entonces vemos que sube la adrenalina a los más altos niveles del poder, cuando se regodean en la grosería y la ordinariez.
Aquí hemos tenido hombres de gobierno de notable altura intelectual, cuyas tesis y lenguaje impecable movilizaron multitudes, como Alberto Lleras, Alfonso López Michelsen o Álvaro Gómez. Para no citar a los vivos. Por supuesto, en nada ayudan los ataques a mansalva por los medios oficiales del gobernante a la oposición, para intentar tapar los escándalos que manchan su gobierno, en el cual cada día estallan nuevos casos de malos manejos y de corrupción. En fin, si queremos espantar el canibalismo y que sobreviva la democracia, debemos empezar por dejar de denostar, al contrario, moderar el verbo, reflexionar y disertar en política con firmeza, ideas, dialéctica y propuestas positivas.