El gobierno Petro mató con coraje un gigantesco tigre: el que no permitía que se reajustara el subsidio al ACPM. Ahora queda por ver si no se asustará con la piel del feroz felino que acaba de eliminar.
El desmonte del subsidio al ACPM era necesario: es el subsidio más protuberante que pesa sobre los apaleados hombros de las finanzas públicas; es inconveniente; es contrario a la transición energética; y cada día que pase sin iniciar su desmonte iba a hacer más difícil darle muerte a ese tigre.
El subsidio al uso del diésel es el más protuberante (aún más que el de la gasolina en términos de costos para el Fondo de Estabilización de Combustibles), pues en términos de déficit fiscal pesa más que lo que representó el de la gasolina en las finanzas del Fondo.
Es inconveniente, pues los efectos ambientales nocivos de quemar diésel son peores que cualquiera otra emisión con efecto invernadero.
Y, ante todo: es contrario a una juiciosa transición energética. Hablar sin cesar de la necesidad de la transición energética -como lo hace el gobierno Petro- sin encarecer el uso de hidrocarburos fósiles era un sin sentido.
Todos los países del mundo consideran indispensable avanzar hacia la sustitución de combustibles fósiles por combustibles limpios y renovables. Pero esta transición debe ser gradual e inteligente. La gran equivocación del discurso permanente de Petro consiste en pretender sofocar la oferta de combustibles fósiles con la prohibición de nuevas exploraciones (poniendo en riesgo las utilidades de Ecopetrol, sus reservas, la autosuficiencia gasífera del país, lo mismo el empleo en las inmensas cuencas carboníferas de Colombia) pero sin desalentar la demanda por combustibles con efecto invernadero. Esto es una profunda equivocación.
Con esta corrección del precio del diésel parece estar entendiendo que la permanente diatriba contra el carbón, el petróleo, y aún contra el gas natural, no sirve para nada por sí sola. Si se olvida que la mejor manera de propiciar la transición energética lúcida es encareciendo el uso de los combustibles fósiles: no persiguiendo su producción sino desalentando la demanda. Esto, por lo demás, es lo que hace actualmente todo el mundo desarrollado o no.
La política de iniciar el desmonte del subsidio al uso del diésel es, pues, una segunda corrección (la primera fue el ajuste de los precios a la gasolina) del cojo planteamiento que ha arrastrado machaconamente el gobierno de Petro durante sus dos años de gobierno frente al cambio climático. Lo inteligente no es prohibir bruscamente la producción de hidrocarburos, sino encarecer su demanda que es a lo que conduce el inicio del desmonte del subsidio al uso del diésel.
No será fácil rematar esta decisión, cuya implementación apenas comienza. Habrá protestas y no puede descartarse que deba afrontarse un tremendo paro del transporte de carga y de pasajeros. Pero el gobierno debe mantenerse firme. No puede asustarse con el cuero del tigre que acaba de matar.
Nada sería más contraproducente que ya matado el tigre, el gobierno Petro se echara para atrás. Claro, la medida tiene algún efecto sobre la inflación. Pero quizás menos catastrófico de lo que anticipan algunos que quisieran que no se haga nada.
Afortunadamente el comportamiento del índice de precios da margen para adoptar este tipo de medidas, que si se dilatan en el tiempo terminan teniendo un efecto nocivo sobre los precios a través del desbarajuste fiscal a que estaba conduciendo el subsidio al uso del diésel.