Es de esperar que los 1.500 policías que llegaron a Bogotá permitan a la alcaldesa recuperar la seguridad. Entre los millones de huecos, el centenar de obras retrasadas y en las que no se ven trabajadores, el endiablado tráfico, el maremágnum ocasionado por las motos, la falta de control de las mafias de montallantas, el pico y placa y todo ese desgobierno que reina hacen cada vez más imposible vivir en la Capital. Y lo más grave: los burgomaestres de las otras ciudades toman a la doctora López, como ejemplo.
El viejo truco de la “llanta baja” nos invade. La mafia de montallantas se extiende como telaraña, por las precarias avenidas, calles, carreras, trochas o caminos, utilizables, pinchando las llantas de los vehículos, especialmente aquellos de alta gama, reciente modelo, y conducidos por mujeres o adultos mayores.
Los delincuentes siembran pequeñas flautas metálicas bien afiladas, a lo largo de las vías. Los respaldan cómplices motociclistas, que aprovechando las congestiones se arriman a los vehículos y chuzan sus neumáticos con punzantes varillas.
Los maleantes, muy gentilmente abren camino al carro pinchado y enfrascado en el endiablado tráfico, para que llegue hasta el montallantas de la red delincuencial.
Son covachas con desvencijados compresores y destartaladas desmontadoras, que regularmente operan cuasi desechables extranjeros, de raída vestimenta y fuerte golpe de ala.
Son expertos en degenerar internamente la llanta, a la que, con una especie de anillo tajante rebanan y adelgazan para colocar no solo el parche al hueco inicial, sino a los que horadaron con el anillo.
A una llanta, le aplican entre 5, 8 y hasta 10 parches que cobran a 70 mil pesos cada uno. Es decir $700.000.
Ahí no termina el calvario, porque un segundo malhechor chuza otra llanta al mismo vehículo, sin que nadie se dé cuenta. Y se repite la misma operación.
El negocio criminal se inauguró, hace más de tres años en la calle 80, de la 68 al occidente, luego se extendió y se tomó el oriente y gran parte de la avenida Boyacá, hasta instalarse hoy, en todo el Distrito Capital. Uno de los peores, es el que opera en la calle 80 entre autopista y carrera 24. Figura con el nombre de “Servillantas”. Es tal su organización, que recibe hasta tarjetas de crédito, a través de “Bold.co”. La matriz, está ubicada en la calle 75A Sur No. 17A-41 de Bogotá.
La capital seguirá sitiada por estos criminales, ante el desorden del tráfico y la falta de autoridad.
Ahora la alcaldesa y su antecesor, Peñalosa, le metieron mano a la “calle real”, que desde Jiménez de Quezada nadie se había atrevido tocar. Piensan meter en los dos carriles tradicionales, metro, Transmilenio, ciclorrutas, andenes peatonales, prados y mil cosas más, menos automóviles. El viejo truco de contratar para después abandonar. ¡Qué falta de gobernabilidad!
BLANCO: La eliminación de la tarjeta militar para poder trabajar.
NEGRO: Nos volvieron a amordazar con tapabocas. ¿Pero qué pasa con las vacunas?