Si bien es cierto que en economía como en tantas otras disciplinas no existe una verdad absoluta, los encargados de la política económica en Colombia muchas veces mienten para que no se les venga el mundo encima. Igualmente pasa con los candidatos a la presidencia, mienten frente a la posible aplicación de reformas estructurales y necesarias para el país, porque saben que es tan costoso como perder la elección. ¿Cómo puede entonces un votante tomar una buena decisión?
Es soberbio y arrogante decir que la mayoría de los ciudadanos no entendemos la política económica y fiscal, pues al final somos quienes vivimos sus consecuencias. Pero la realidad es que como individuos nos es más fácil en todos los aspectos de nuestras vidas, oír lo que ratifica nuestras creencias, por encima de lo que nos conviene y hace bien. Por eso, triunfan los discursos simplistas y efectistas, a pesar de mentirosos y peligrosos. No subir impuestos, no hacer una reforma pensional, no hacer una reforma laboral y dar más subsidios, son promesas que preferimos escuchar, por encima de entender su necesidad.
Muchos de los que aspiran a la presidencia son personas preparadas que conocen de fondo los cambios que necesita el país, pero decir la verdad sale muy costoso y por eso no se comprometen. Es conocido dentro del Ministerio de Hacienda que los funcionarios técnicos, aquellas personas que llevan trabajando en esa institución durante años, que salieron del país a hacer maestrías y doctorados para aprender cuál es el mejor manejo que se le debe dar a los recursos públicos, se enfurecen, frustran y decepcionan cada vez que el ministro y sus viceministros hablan en medios de comunicación. Se sienten traicionados cuándo a la hora de explicar las medidas adoptadas, que han sido estudiadas y analizadas, los voceros mienten o las matizan para evitar la controversia.
La frustración viene de que los ministros y viceministros, que son principalmente políticos por más técnicos que nos quieran mostrar que son, entienden la dinámica de las masas y venden el discurso económico que estas quieren oír para que no terminen acribillados en la plaza pública como ha sucedido con los que han sido sinceros. ¿Cómo poder aplicar entonces en democracia políticas necesarias para el bienestar de una sociedad que no se pueden comunicar? ¿Es posible elegir al mejor dirigente cuando como ciudadanos estamos inmersos en esa dinámica y no tenemos la intención de cambiarla?
A tan solo tres semanas de las elecciones legislativas y las consultas interpartidistas, tenemos la oportunidad de oír lo que proponen aquellos que quieren llegar al poder. ¿Pero vale la pena escucharlos cuándo estos están intentando decir lo que queremos oír? ¿Es creíble un discurso cuando está permeado por la necesidad de ganar y no por la sinceridad?
Tristemente creo que no, por eso a pesar de lo limitada que pueda llegar a ser la tribuna de este mensaje, me parece importante dejar como reflexión, que a la hora de escuchar a los candidatos seamos conscientes de nuestros sesgos. Intentemos ampliar la mente y nos decidamos por aquel que nos pinte una cruda realidad en la aplicación de sus políticas, más que por el que nos venda un nirvana económico para el futuro.