Muy afortunado que por fin el Presidente Petro hubiera podido reunirse con un grupo de empresarios para conversar sobre el presente y futuro del país. Todas las versiones dicen que la reunión no solamente salió bien, sino muy bien. Hicieron falta muchos empresarios, pero es que la presencia de grandes grupos no facilita una conversación fluida y pertinente. Ojalá este espíritu de diálogo respetuoso continúe como una manera natural de adelantar las tareas gubernamentales.
Una reunión tan especial se presta para hacer algunas reflexiones sobre lo que ha sido el papel de los empresarios. Es muy deplorable que no exista una buena colección de historias empresariales, que las pocas que existen no sean de un apropiado conocimiento público y que los medios de comunicación que tanto han recibido de ellos no se ocupen de presentar pequeñas versiones de lo que ha sido la historia, en ocasiones heroica y siempre muy difícil de la vida empresarial en Colombia.
Han existido circunstancias que no favorecen la divulgación de estas historias que estoy reclamando. La más contundente de todas fue la miserable práctica del secuestro que tuvo como una de sus consecuencias más notorias que en Colombia fue necesario ocultar los casos de éxito. Un desastre. Así, también, a los colombianos les secuestraron la esperanza en un futuro mejor y no les permitieron ver que existía un camino que llevaba al éxito, en muchos sentidos, porque esas historias no se podían revelar. Hacerlo era exponer una persona o una familia al secuestro y a la extorsión. De manera que no tenemos en Colombia una narrativa del éxito. Y lo que es peor no tenemos conciencia de ese vacío ni nos damos cuenta de que es urgente llenarlo y divulgarlo profusamente entre jóvenes y en la sociedad toda.
Se habla tanto de emprendimiento, pero cómo promoverlo y lograrlo si no se comienza por contar los ejemplos de tantas historias que merecen ser conocidas, apreciadas e imitadas. Es la forma de darle credibilidad a un esfuerzo en el cual muy pocos creen porque lo perciben como imposible, inalcanzable, demasiado riesgoso y un generador, probablemente, de una gran frustración. Promover emprendedores supone una sociedad en la cual el emprendimiento ha sido fructífero de mil maneras, en muchos sitios, en las circunstancias más diversas. La narrativa de estos ejemplos de vida tiene que ser ampliamente conocida, veraz, creíble y digna de imitación.
Recientemente un exalumno de la universidad de los Andes, Rodolfo La Rota, escribió una historia con ocasión del cincuentenario de la industria de la floricultura en Colombia. No he visto una línea que registre esta publicación titulada “Colombia Floreciendo”. Una descripción impresionante para narrar las enormes dificultades que los empresarios de esa industria han tenido que superar para así convertirla en un ejemplo admirable de esfuerzo colectivo y de un éxito indiscutible. Otro de los máximos ejemplos de éxito empresarial que deberían formar parte de la cultura de todos los colombianos. Recientemente falleció la esposa de Rafael Molano a la que el periódico El Tiempo presentó en una nota muy breve como una de las fundadoras claves de Ramo, una industria muy exitosa de alimentos que nació en un garaje en el barrio Los Alcázares, un desarrollo del Instituto de Crédito Territorial. Un ama de casa que inició esta empresa para superar una difícil situación económica familiar. Historias como ésta son las que ayudan a crear una cultura de emprendimiento.
Ojalá la retórica sobre el papel que ha desempeñado el empresariado en nuestra historia sea más halagadora y sirva de ejemplo y, de esperanza para muchos jóvenes que acarician ambiciones legítimas.