En defensa de la humanidad (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Abril de 2018

Increíble que no cesen en Colombia los empeños por dar e imponer normas  que lleven a segar vidas humanas bajo pretendido servicio humanitario, con pretensión de que  eso se realiza dentro del marco de la libertad  y derecho soberano del ser humano a disponer de su propia vida. En esa línea hemos tenido en preparación, en nuestros días para ponerla en marcha una Resolución del Ministerio de Salud en la que “se reglamenta para ser efectivo el derecho a morir con dignidad de los niños, las niñas y adolescentes”. No se puede menos que anotar, y así lo han hecho los Directivos de la Conferencia Episcopal, que en un país en donde se ha adelantado un proceso para acabar con la violencia y asesinatos, con anotación de algún éxito, se abran las puertas a mortandad autorizada de niños y adolescentes.

Voces fuertes de alerta, a veces gritos desgarradores, salen de los representantes de la Iglesia Católica, y de otras confesiones religiosas defensoras de la vida, cuando se dan hechos violentos e intentos de legislaciones que conculcan el sagrado derecho a la vida. “¡Intolerancia, terquedad, indolencia, fundamentalismo!”, dicen algunos ante esos firmes acentos, pero, en realidad, es “amor materno, serena reflexión, defensa de la humanidad” Cómo es de sabia la naturaleza cuando nos muestra que para defender una edificación es preciso inmunizarla de las menores grietas, pues, de lo contrario, más tarde que temprano caerá en pedazos.  Esa es la actitud vigilante que se reclama en defensa de la vida, si queremos la supervivencia humana.

Es de anotar que en esa firme actitud no hay indolencia ante los dolores de pacientes jóvenes, ni ante el sufrimiento de madres que sienten el alma partida ante el dolor de un hijo, sino que decisión sobre el bien general exige ese con tributo de atajar los impulsos primarios que inclinan a segar de un tajo la vida de esas dolientes existencias. La voz de la conciencia expresada por el llamado de la ley natural, plasmada, luego, en mandato divino, ha resonado y resonara en ambiente humano con aquel “No matarás” del libro Santo (Ex. 20,13). Al oído de quien quite la vida a un ser humano seguirá resonando la voz de lo Alto: la sangre de tu hermano clama desde el suelo (Gen. 4,10).  Esas voces bienes no solo de un sentido religioso sino de la conciencia profunda que han tenido grandes sabios del ayer y de hoy, y de mentes sencillas a quienes habla el Ser Supremo como respuesta consecuente con las maravillas  de la naturaleza dada a los humanos. Ha resaltado el Papa S. Juan Pablo II, esa verdad en su gran Encíclica “El Evangelio de la vida”, que ésta “es realidad sagrada que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección con sentido de don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos” (n.2).  Esta profunda y fundamental enseñanza es pregonada “con renovado asombro, como precioso y confortante evangelio del amor de Dios al hombre”.

 

Sentadas las bases anteriores, que surgen de consecuente interpretación y como respuesta a lo donado por el Creador al ser humano con tan inigualable maravillas, el mensaje cristiano encuentra que “toda amenaza a la dignidad a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de ella” (n.3). Fortaleciendo la anterior aseveración, hecha por el Papa en la mencionada Encíclica. Rememora como los Obispos del mundo, Pastores solícitos de la progenie humana expresaron en la Constitución “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II: “Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, genocidios, el aborto, la eutanasia, el suicidio voluntario, todo lo viola la integridad de la persona… todas esas cosas, y otras semejantes, son, ciertamente, oprobios que al corromper la civilización humana deshonran a quienes las practican y son totalmente contrarias al honor de vida al Creador” (n.27). (Continuará).        

 *Obispo Emérito de Garzón

Email: monlibardoramirez@hotmail.com