Solo después de siglos se ha llegado a apreciar el enriquecimiento para la humanidad del encuentro de las distintas culturas que se han dado en nuestro planeta. En este mes de octubre, en el que destacamos los católicos la devoción al Santo Rosario, a cuya invocación se atribuyó el triunfo sobre los musulmanes en Lepanto, en 1571, y se pide colaboración para las Misiones, es propicio para valorar el encuentro de culturas, como el acontecido con el descubrimiento de América, en 1492.
Pasaron siglos en los cuales los descendientes de colonizadores miraban solo bueno lo aportado por ellos, raza, cultura, fe, sin destacar nada de valor en las regiones conquistadas. Pero, al llegar de los 500 años de aquella lucha trascendental mencionada, que trajo inigualables grandes beneficios, vino una racha de desconocimiento de estos valores, y desbordadas protestas por excesos de conquistadores. Viendo, en justica, ese histórico encuentro, ya en sus días el gran escritor Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), señalaba como lo realmente y fructuoso llegar al momento en el cual en América se reconocieran los beneficios de la Conquista española, y, en España, lo valioso de las culturas aborígenes de América.
Recientemente hemos tenido extraordinario avance en ese mutuo reconocimiento en los serios estudios realizados en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe estampada en la tilma del indio, hoy S. Juan Diego, en 1531. En la pupila aparece milimétricamente estampada la imagen del vidente, además la Virgen en embarazo, signo de la maternidad tan apreciada por el pueblo azteca, y varios signos más que llevaron a millares de indígenas a su conversión al Evangelio, más que las presiones que exageradamente se hicieran para ello.
De inmenso valor la labor que hemos tenido en Colombia de Misioneros, ejemplos de labor humanitaria para todo el orbe, como los de S. Pedro Claver (1580-1654), con los negritos en Cartagena, los de un S. Luis Beltrán en Bogotá y Costa Pacífica (1528-1581). Al lado de la labor misionera, parte de ella, la labor cultural, como la puesta en marcha de las Universidades de Ntra. Sra. Del Rosario (1653), por Fray Cristóbal de Torres, y La Javeriana (1623), por los Jesuitas. Grandes los aportes, en la época colonial, del Arzobispo Virrey, Antonio Caballero y Góngora (1782-1789), impulsor de la Expedición Botánica, dirigida por el sacerdote José Celestino Mutis (1783-1810).
De gran valor, también los valores religiosos-culturales de los pueblos aborígenes de nuestro Continente, lamentablemente no dados a conocer en la época colonial, que han venido a ser estudiados y ameritados por la Conferencia Episcopal Latinoamericana. Admirables son valores entre nuestros pueblos nativos de América, como los Mayas, Aztecas y los Incas, con sorprendentes similitudes, en algunos aspectos, con la fe cristiana.
De justicia, y como enriquecimiento de toda la humanidad, el mutuo reconocimiento de los valores espirituales y culturales de todos los pueblos de la tierra, y superación de tiempos de contraposiciones. Fe y cultura hermanadas es cuanto se debe aportar a nuestros pueblos.
Desconocimiento y persecución a estos valores, traen atraso, criminalidad y descomposición social de la humanidad.
*Obispo Emérito de Garzón
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